En 1950, el matemático y lógico inglés
Alan Turing se preguntó si el ser humano llegaría a fabricar máquinas
inteligentes. Lo serán, concluyó, si las respuestas de esas máquinas fueran indistinguibles
de las de un ser humano. A la luz de este criterio, el chatGPT ha conseguido
hacer inteligentes a los ordenadores. Pero este criterio no nos sirve a quienes
aspiramos a llegar al fondo de cada asunto. Se queda en la fachada, en las
apariencias.
Los seres humanos “piensan”; las máquinas “procesan”. Estas máquinas, cada día son capaces de procesar más datos en menos tiempo y presentar los resultados de una manera aparentemente más “humana”. Tales méritos, sin embargo, no deben velar la realidad de que esa información y los algoritmos para procesarla la han ideado e introducido personas de carne y hueso. Tampoco debemos obviar que esas máquinas solo sirven para para analizar las situaciones para las que previamente han sido entrenadas. Para contar las personas que acuden a una manifestación, alguien ha debido introducir en la memoria de la máquina millones de caras humanas. Pero no te molestes en preguntarle qué es una persona. Para que su respuesta fuera correcta alguien debería haber cargado como “inputs” todos los escritos antropológicos desde Aristóteles. Si la respuesta (“output”) no satisface al usuario, éste puede modular la pregunta hasta obtener el resultado que buscaba.
En resumen, la máquina con IA no es inteligente al carecer de las características básicas de la razón humana: búsqueda de la verdad, creatividad, generalidad, pensamiento crítico, autoconciencia… "Pensar" significa todo eso.
Lo que sí puede hacer la IA es potenciar
nuestras capacidades intelectuales. Nos beneficiaremos de la IA cuando le
preguntemos aquello para lo que ha sido informada y preparada. Y cuando sepamos
analizar críticamente sus respuestas. Esta condición no puede darse por garantizada.
Nos obligará a estudiar y pensar más de lo que venimos haciendo a fin de detectar
los posibles sesgos que resultan de la información introducida y de los
algoritmos que la manejan.
Me atrevería a concluir que la peor amenaza para la humanidad del siglo XXI es que unas máquinas aparentemente inteligentes, liberen al ser humano de su capacidad de pensar y decidir libre y responsablemente.
La Tribuna de Albacete (31/03/2025).