En sus primeros milenios, la humanidad
estuvo regida por la ley del más fuerte. A los humanos no les quedó más
remedio que agruparse para defender su vida y propiedades. Utilizar la fuerza solo
en defensa propia constituye un hito fundamental, aunque nadie ignora que los
excesos debieron estar a la orden del día. La propia Biblia nos cuenta cómo los
ganadores del combate quemaban las viviendas del perdedor, saqueaban sus
riquezas, y, si podían, exterminaban al enemigo.
La ley del Talión (“Ojo por ojo
y diente por diente”) supuso un avance fundamental en la historia de la
civilización. Violencia personal solo en defensa propia y practicada con
moderación y proporcionalidad. La ley es recogida por el Código de Hammurabi,
Babilonia, circa 1750 a.C.
Cristo menciona la ley del Talión para
superarla. “Habéis oído que se dijo Ojo por ojo y diente por diente (…).
Pero yo os digo amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen para
que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”. (Mt. 5, 38-48). El
mensaje anima a los hombres de buena voluntad a combatir el mal con el bien.
Evidentemente, esta actitud individual precisa de un complemento social. El
monopolio de la fuerza se lo reserva el Estado, pero también él está sometido a
la ley y ha de aplicarla con la moderación debida. El Estado de derecho,
construido a lo largo de muchos siglos, es el encargado de organizar un sistema
de defensa nacional, orden público y justicia.
Pasemos a los hechos de la semana
pasada. El grupo terrorista palestino, Hamás, entró en territorio judío para
asesinar a más de mil personas, niños incluidos, y capturar a un nutrido grupo
de rehenes. El Estado israelí reaccionó al instante con un bombardeo masivo y
dio un ultimátum al millón de habitantes de Gaza para que abandonaran la ciudad
en 24 horas si no querían morir con los terroristas allí escondidos.
Pido ayuda al lector para discernir si
la humanidad avanza o retrocede en el camino de la paz y de la resolución de
los conflictos que acarrea la convivencia social.