La semana pasada se celebró el 200 aniversario de la independencia de México, con la mirada puesta en la cruel Conquista española o, como dicen otros, en la ejemplar “Resistencia indígena”. La noticia hubiera pasado desapercibida de no mediar el perdón solicitado por el Papa Francisco por los errores que la Iglesia Católica hubiera podido cometer en esos dos siglos. El presidente mexicano agradeció esas palabras y exigió que el Rey de España y el Presidente de los EE.UU. también mostraran su arrepentimiento. La izquierda española aplaudió la valentía del Papa. La derecha le criticó duramente.
¿Alguien entiende algo? Cuánta
razón tenía Wittgenstein al afirmar que casi todos los problemas son de lenguaje.
El lector me permitirá que le explique cómo entiendo yo las locuciones castellanas
donde aparece la palabra “perdón”.
“Pedir perdón” y “pedir que te pidan perdón”. Lo primero
es un acto de humildad, que todos debiéramos introducir en el elenco de nuestras
cien palabras más repetidas. Lo segundo es un acto de orgullo que raramente
obtendrá respuesta. A menudo, es también una estrategia para cargar mi parte de
culpa sobre las espaldas de los indefensos. O para captar los votos de algún
colectivo ingenuo.
“Perdonar y olvidar”. El perdón verdadero, implica el
olvido, tanto por la parte del ofensor como la del ofendido. Lo que no hay que
olvidar es la gravedad de algunas conductas.
“Perdón, arrepentimiento y enmienda”. Que nadie pronuncie
la palabra perdón a la ligera, trae mucha cola. Me obliga a reparar, en la
media de los posible, los daños causados. Y a cambiar de comportamiento desde
ya.