La semana pasada más de 8000 marroquíes, muchos de ellos niños, invadieron las costas de Ceuta y Melilla. Todo da a entender que se trató de una invasión planeada por el gobierno marroquí para aligerar su problema demográfico, al tiempo que recuerdan a España su interés por Ceuta y Melilla. Lo que importa es la geografía, no la historia.
Sabemos que este tipo de provocaciones suelen cristalizar
cada vez que el estado español manifiesta su debilidad. No hace falta tener
información privilegiada para detectar en España una crispación creciente entre
el gobierno y la monarquía, entre el gobierno y la oposición y entre los
partidos que integran la coalición gubernamental. Tampoco se les ha pasado por
alto a los marroquíes el rearme de los movimientos independentistas contra el
Reino de España.
En estos momentos es cuando más
se necesita una actuación conjunta de las instituciones del Estado. La
intervención de Felipe VI hubiera servido para que Mohamed VI desistiera del
intento. Juan Carlos I lo consiguió varias veces con Hassan II. Lamentablemente
esta vez el Gobierno español no dejó hablar al rey. Si llamó al ejército y, ¡sorpresa!,
su presencia cortó la avalancha de emigrantes.
La Comisión Europea solo ha tenido tiempo para recordar que
las fronteras de España son las fronteras de la UE. ¡Suficiente! Lo que más
teme Marruecos es perder un mercado cercano con 450 millones de habitantes que
da puestos de trabajo a 30 millones de emigrantes, los marroquíes a la cabeza.
La reciente invasión marroquí no ha sido la primera ni
será la última. No vivimos en un mundo inocente. Para defender nuestros
derechos necesitamos unas instituciones fuertes y bien coordinadas. Para eso se
inventaron los estados. Los partidos que detestan el ejército, la monarquía y
la Unión Europea tienen otra oportunidad para reconsiderar sus prejuicios.
Estas instituciones constituyen los mejores diques de contención a las
invasiones externas y a los ataques internos al estado democrático de derecho.
La Tribuna de Albacete (24/05/2021)