“Hijo rompe tus cadenas, pero nunca arranques tus raíces”.
Oí esta máxima de un tío sabio y ejemplar. Volvió a mi mente la semana pasada a
propósito de la decapitación de las estatuas de Colón en EE.UU. tras la asfixia
de un negro, George Floyd, bajo la bota de un policía blanco. Al día siguiente
el incendio se extendió al viejo mundo alentado por banderas de radicales de
extrema derecha y extrema izquierda. Los padres de las patrias inglesa, francesa
o belga esconden sus cabezas ante la amenaza de guillotinas que creíamos
desaparecidas.
Pero no seamos reduccionistas. El vendaval viene de
más atrás y arrastra a amplias capas de la población. Forma parte del intento
de reescribir la historia de la humanidad desde cero, a partir de lo que hoy consideramos
políticamente correcto. De las obras maestras de la cultura occidental -dicen,
ordenan- hay que arrancar todos los pasajes que desentonan y, por supuesto,
erradicar el lenguaje sexista. Los versos de 11 sílabas subirán a 13 pues donde
decía “él”, dirá “él/ella”. Ni siquiera la Biblia o la Constitución se han
librado de la persecución.
¡Desvaríos de la incultura que, por definición, es miope!
¡Ramalazos de un árbol sin raíces cuyas hojas han degenerado en pinchos! ¿No
sería mejor aceptar nuestra historia resaltando los males que han engendrado ciertas
personas y doctrinas; y de los bienes que han reportado otras? ¿No sería más
positivo ocupar a nuestros hijos (y a nosotros mismos) en cortar las cadenas del
egoísmo que nos aprisionan en el odio, la envidia y la mentira?
¡Seamos constructivos! Si te parece que el líder de tu
partido merece una estatua más alta que el descubridor de América, no decapites
a Colón; construye otra plaza más grande y hermosa con un pedestal en el centro.
La colocación del busto déjala para tus nietos.
La Tribuna de Albacete (15/06/2020)