Desde esta columna he defendido con frecuencia
que el Estado democrático de Derecho (EDD) es el fundamento y la mejor
salvaguardia de la paz y el bienestar que disfrutamos en las sociedades
occidentales. Tres son las columnas sobre las que se apoya el EDD: imperio de
la ley, con la Constitución en su cima; separación de poderes (léase
independencia judicial); y elecciones libres, que prohíben la utilización del sistema
educativo y los medios de comunicación públicos para comer el coco de los
votantes.
Algún
amigo ha criticado mi optimismo. A la vista de lo que está pasando en España,
no me queda más remedio que darle la razón. De los posibles ataques al EDD, el
peor es el que aprovecha los resquicios en la letra de la ley para acabar con
su espíritu. Las hemorragias internas, son las peores.
La
semana pasada el presidente, Sr. Sánchez, acogía a su homónimo, el president Sr.
Torra, animándole a echar la imaginación necesaria para llegar a un acuerdo mutuamente
ventajoso. Sánchez no atentaría contra la Constitución si ofreciera el apoyo del
PSOE a los independentistas para lograr los 2/3 de votos españoles que se
precisan para reformarla. Sí traicionaría el espíritu de la Ley fundamental y
dinamitaría el EDD reinterpretandola según sus intereses. Por ejemplo, cuando
crea un nuevo delito de sedición para convertir a los artífices de un golpe de Estado
en poco menos que próceres de la patria. O cuando coloca en la cúpula judicial a
personas afines, presionándoles a decir lo que el Gobierno quiere oír.
La imaginación no tiene límites. Todo lo contrario del
Estado de Derecho cuya función consiste en delimitar el terreno y aclarar las
reglas del juego. ¿Se imaginan unas olimpiadas dejadas a la imaginación de los
árbitros?
La Tribuna de Albacete (02/03/2020)