lunes, 23 de marzo de 2020

Ante el espejo del coronavirus



        Deambulo por mi casa cuando se cumple la primera semana del confinamiento domiciliario. Un gran espejo preside el salón. Mientras yo contemplaba mi imagen menguante, el espejo ha tenido la osadía de interpelarme.
“Estás irreconocible, susurró. ¿No eras tú el que tanto necesitaba pisar calle y tocar gente para sentirte vivo? El que bajaba al bar para gritar los goles de un equipo invencible. El que tomaba el pulso de la ciudad en las procesiones de Semana Santa. El que presumía de organizar a sus colegas de trabajo. ¿A qué se dedica ahora un general sin ejército? ¿Cómo es posible que se deje mandar por un virus invisible y ciego?”
          El interrogatorio se volvió más incisivo. “¿No eras tú quien se quejaba, a modo de muletilla, que no tenía tiempo para nada? Pues toma regalo: 24 horas al día, 7 días a la semana. No te lamentes ahora de que no sabes dónde colocar tantas horas. El coronavirus ha venido a demostrarte que casi todas esas actividades venían impuestas desde fuera y no podían llenar el pozo sin fondo de tu alma. Hoy tienes la oportunidad de llenarla desde dentro. Empieza por reconstruir la jerarquía de valores. La familia bien arriba, ya ves que es lo único que te queda. Aprovecha para agradecer a tu cónyuge su presencia y a jugar al parchís o al kahoot con vuestros hijos. Renacerá el niño que llevas dentro. Él te enseñará a encontrar la parte buena de todas las cosas”.
      Y el espejo concluyó. “No desaproveches esta etapa de confinamiento para reencontrarte contigo mismo. Para preguntarte por el sentido profundo de tu vida. También, por qué no, por el sentido del dolor y de la muerte. No digo que estén a la vuelta de la esquina, pero bien sabes que llegarán. Ah, y apunta las  dos preguntas que siempre caen en el juicio final: ¿Qué hiciste con el tiempo que Dios te regaló? ¿Cuánto amor pusiste en esas cosas?”   

La Tribuna de Albacete (23/03/2020)