El 31
de enero a las 12 de la noche (hora continental) los británicos celebraron la salida
de la UE. No sonó la campana del del Big Ben, estaba estropeada. Hubieron de
conformarse con grabar unas campanadas y amplificarlas con miles de altavoces.
A decir verdad, el Big Ben no
tenían mucho que celebrar. En los tres años que siguieron al referéndum, los
británicos fueron incapaces de ponerse de acuerdo sobre las condiciones de
salida. El nuevo Premier, el oportunista Boris Johnson, solo ha cambiado la
estrategia: firmamos la salida el 31 de enero y dejamos todo el año 2020 para negociar esas condiciones.
¿Serán capaces de ponerse de acuerdo entre ellos y con la UE? ¿Y qué pasará
después? Los fantasmas que pululaban por la torre del Palacio de Westminster enmudecieron
la gran campana.
El Big Ben calló temeroso de la
ruptura del Reino Unido. Tras el cambio de las reglas de juego, Escocia ya ha empezado a presionar por un segundo referéndum de independencia. La frontera de las dos
Irlandas se ha vuelto tan espinosa que el número de partidarios a la reunificación de la isla no cesa de aumentar. ¿Y qué pasará con Gibraltar?
El Big Ben calló por miedo al empobrecimiento
del RU. El daño será grave si Londres dejara de ser la gran plaza financiera del
viejo mundo. La entrada en la UE reavivó un mercado financiero y una libra
esterlina que estaba perdiendo músculo. Hoy la City genera el 25% del PIB inglés. ¿Qué
pasará cuando vuelva a quedar fuera del paraguas de la UE?
El Big Ben calló ante la amenaza
de que los ciudadanos británicos pierdan derechos. La promesa de gozar de todas la
ventajas de dos mundos opuestos es un círculo cuadrado. No es lo mismo estar
fuera de la UE que salir de ella una vez que eres miembro de pleno derecho y te
has acostumbrado a sus ventajas. Los jubilados británicos residentes en
Alicante todavía no saben lo que significa pagar cada vez que van al médico.
La Tribuna de Albacete (03/02/2020)