lunes, 17 de febrero de 2020

Moral natural y moral de Estado

  
           Si conservador es quien trata de preservar lo mejor que la historia nos ha legado, yo soy conservador. Conservador de viejo abolengo pues me esfuerzo por enraizar mi moral en las dos tablas que Moisés bajó del Sinaí hace 3.500 años. La segunda habla de las relaciones con el prójimo y se concreta en cuatro mandamientos enunciados en negativo: No matarás, no robarás, no mentirás, no faltarás el respeto a las personas con las que convives. Centrándonos en la familia, podríamos hablar (ahora en positivo) de la honra merecida por nuestros padres, la educación debida a nuestros hijos y la fidelidad prometida a nuestro cónyuge.
               A decir verdad, estos mandamientos fueron recogidos en casi todos los códigos éticos y legales de la antigüedad, prueba evidente de que reflejan derechos y deberes “naturales” a la condición humana. La peculiaridad de la moral judeo-cristiana estriba en conectarlos con la primera tabla donde se habla del amor a Dios y su deseo de que nos amemos como hermanos que somos, hijos del mismo Padre.
           La tentación más antigua y funesta de la humanidad ha consistido en querer ser como Dios para delimitar a nuestro antojo la frontera entre el bien y el mal. Tras declarar el derecho a la vida, base de los derechos del constitucionalismo moderno, el Estado pretende ahora pontificar sobre dónde empieza y acaba la vida humana. ¡Y así nos va! El aborto, concebido como una excepción al derecho a la vida, pronto pasó a ser un derecho fundamental y es hoy la principal causa de eliminación de seres humanos. Otro tanto ocurrirá con la eutanasia: acabará siendo utilizada para eliminar a las personas que nos molestan. Y seamos sinceros, a medida que alimentemos al egoísmo, cada vez nos molestará más gente, empezando por los de casa.
              El resultado de la moral de Estado es una banalización de la vida y del resto de derechos fundamentales. El verdadero progreso consiste en dejar florecer la moral natural que llevamos dentro, recuperando los cuatro mandamientos básicos: no matar, no robar, no mentir, no faltar el respeto a las personas con las que convivimos.
La Tribuna de Albacete (17/02/2020)