Si
conservador es quien trata de preservar lo mejor que la historia nos ha legado,
yo soy conservador. Conservador de viejo abolengo pues me esfuerzo por enraizar
mi moral en las dos tablas que Moisés bajó del Sinaí hace 3.500 años. La segunda
habla de las relaciones con el prójimo y se concreta en cuatro mandamientos
enunciados en negativo: No matarás, no robarás, no mentirás, no faltarás el respeto
a las personas con las que convives. Centrándonos en la familia, podríamos hablar (ahora en positivo) de la honra merecida por nuestros padres, la educación debida a nuestros hijos y la
fidelidad prometida a nuestro cónyuge.
A
decir verdad, estos mandamientos fueron recogidos en casi todos los códigos
éticos y legales de la antigüedad, prueba evidente de que reflejan derechos y
deberes “naturales” a la condición humana. La peculiaridad de la moral
judeo-cristiana estriba en conectarlos con la primera tabla donde se habla del
amor a Dios y su deseo de que nos amemos como hermanos que somos, hijos del mismo
Padre.
La
tentación más antigua y funesta de la humanidad ha consistido en querer ser
como Dios para delimitar a nuestro antojo la frontera entre el bien y el mal. Tras
declarar el derecho a la vida, base de los derechos del constitucionalismo
moderno, el Estado pretende ahora pontificar sobre dónde empieza y acaba la
vida humana. ¡Y así nos va! El aborto, concebido como una excepción al derecho
a la vida, pronto pasó a ser un derecho fundamental y es hoy la principal causa
de eliminación de seres humanos. Otro tanto ocurrirá con la eutanasia: acabará
siendo utilizada para eliminar a las personas que nos molestan. Y seamos
sinceros, a medida que alimentemos al egoísmo, cada vez nos molestará más gente,
empezando por los de casa.
El resultado de la moral de
Estado es una banalización de la vida y del resto de derechos fundamentales. El
verdadero progreso consiste en dejar florecer la moral natural que llevamos
dentro, recuperando los cuatro mandamientos básicos: no matar, no robar, no
mentir, no faltar el respeto a las personas con las que convivimos.
La Tribuna de Albacete (17/02/2020)