Mi
primer contacto con la problemática del medio ambiente me lo facilitó el libro
de Kenneth Bouilding, “Economía de la futura nave espacial tierra” (1966). La “economía del cowboy”, vigente hasta la
fecha, parecía no tener límites en su expansión desbocada hacia el Oeste. El
nuevo paradigma, sugiere el autor, ha de asumir que viajamos en una nave
espacial cuyos recursos son limitados y donde cualquier fuga de oxígeno en el
lugar más recóndito perjudica a todos los tripulantes. Ahora bien, nos
preguntamos nosotros, ¿podrán solventarse los problemas ambientales de esta pequeña
nave de 200 timones, uno por país? El estado-nación, que jugó un papel
importante en la integración de amplias regiones del planeta, se nos ha quedado
corto.
Mi
segunda lectura fue “Lo pequeño es hermoso”, de E.F. Schumacher (1973). Explica
que para que la nave espacial tierra siga dando vueltas sin marear a sus
tripulantes es imprescindible que estos aprendan a disfrutar con menos.
Mientras el éxito socioeconómico se mida por el número de coches que uno posee (ponderados
por los caballos-potencia de sus motores), o por las toneladas de basura diariamente
defecadas, mayor es el riesgo de quemar el planeta que nos sustenta. Nuestra
duda: ¿cabe esperar que unos ciudadanos educados para el lujo y el desenfreno,
disfruten con un estilo de vida frugal?
“El
arte de cuidar la casa común” es un libro escrito en 2019 por Wendell Berri, utilizando
la expresión empleada por el Papa Francisco en “Laudato si” (2015). Berri urge
a revertir las fuerzas centrípetas del urbanismo que nos abocan a vivir en unos
pocos centenares de macrourbes irrespirables. Francisco propone una ecología
integral que empieza por la ecología humana.
La Cumbre
del Clima en Madrid, ha sorprendido por la dificultad de llegar a acuerdos vinculantes.
Aunque se consigan en futuros encuentros, es de temer que serán barridos por
el viento si no fundamentamos la ecología sobre pilares más firmes.
La Tribuna de Albacete (16/12/2019)