–¿De qué
tratará tu próximo artículo en la Tribuna
de Albacete? –Mira, de cualquier cosa menos de elecciones y de política,
que en España ya son indiferenciables. –No digas eso, colega, que con esa
actitud transmites un mensaje de absentismo que favorece a los políticos más
caraduras.
Así discurría
la conversación en un viaje en tren a un congreso en La Coruña. Al más resuelto
no se le ocurrió nada mejor que alquilar una mesa para cuatro en un vagón. ¡Horror,
catorce horas y media frente a frente sin poder cerrar los ojos ni estirar las
piernas! El más sensato puso una condición: “Prohibido hablar de política”. Vale, asentimos el resto.
Ya habéis
visto que el primer tema acabó pronto y mal, es decir, bloqueados en la
política de bloques. Desde tiempos inmemoriales, cuando dos personas querían
hablar de algo neutro, que nada revelara ni a nada comprometiera, hablaban del
tiempo. Probamos. Uno trajo a colación la pertinaz sequía, otro lo mezcló con
las inundaciones asociadas a la gota fría, otro llevó el agua a su molino para
concluir que todo lo que pasa es consecuencia del calentamiento global y que
solo tienen legitimidad moral los partidos que ponen el cambio climático arriba
de la agenda.
A
continuación, probamos suerte con el fútbol. El aplazamiento del partido
Barça-Madrid, nos abocó a la crisis catalana y de ahí nos enzarzamos con la
necesidad o futilidad del diálogo con partidos independentistas. “Cambiemos de
tema”, sugirió el moderador.
Todavía
estábamos en La Roda. Todavía nos quedaban 14 horas de viaje. Así que decidí
cambiar de tema y de asiento. Mirando hacia dentro, comprendí que a fuerza de
elecciones estamos politizando la vida familiar, las aficiones personales, la
ciencia… todo. Nos estamos convirtiendo en politiqueros. Y lo que eso conlleva:
estamos perdiendo la capacidad de escuchar y dialogar.
La Tribuna de Albacete (4/11/2019)