Escribo
estas líneas en la fría mañana de una jornada electoral, la cuarta en cuatro
años. No hace falta ser adivino para saber lo que va a cocerse el domingo 10/11/2019
y los titulares que aparecerán en la prensa del lunes. “Todos los partidos
dicen que han ganado”. “España pierde al no poder conseguir un gobierno estable”.
“Los líderes culpan a sus rivales del bloqueo político y esgrimen razones para
no fiarse de nadie”. “Si alguna posibilidad tenía el Gobierno español de evitar
o atenuar la crisis económica que se avecina, la hemos perdido”. “Los
separatistas aprovecharán el desgobierno español para impulsar el procés”.
Se dirá
hasta la profusión que el diálogo es la única solución. Sí, pero no. A fuerza
de cumplir años, pienso hoy que el diálogo entre políticos es una quimera. El
objetivo de los líderes de un partido político es conseguir el poder y
mantenerse en el poder. Lo más que podemos exigirles es que respeten las reglas
de juego y no sean corruptos. Nos corresponde a nosotros, ciudadanos prorrogar
o retirar el voto de confianza que les dimos, en base de lo que han hecho o dejado
de hacer en los cuatro años de gobierno.
No hay mal
que por bien no venga. El fracaso de las elecciones podría ser aprovechado para
pactar una reforma de la ley electoral (y de la Constitución, si fuera preciso)
sobre tres principios. El primero, un sistema estrictamente proporcional: porcentaje
de escaños = porcentaje de votos. Segundo, si un partido obtiene más del 40% de
los votos se le regalarán los escaños que precisa para llegar al 51%. Tercero,
si ningún partido llega a ese umbral se procederá a una segunda vuelta entre
los dos partidos más votados. Lo importante es que el Gobierno pueda gobernar y
se responsabilice cada cuatro años de sus aciertos y errores. ¿Les parece poco? Menos tenemos ahora.
La Tribuna de Albacete (11/11/2019)