Esta semana
hemos celebrado una efeméride muy significativa, la llegada del hombre a la
luna. Neil Armstrong, el primer hombre en pisar suelo lunar, lo certificó en
una frase memorable: “Un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la
humanidad”.
Esta
fue la cara visible de la llegada del hombre a la luna, retransmitida en
directo a 500 millones de personas. La cara oculta del proceso tiene otros matices
que también conviene conocer y valorar. Nos encontrábamos en plena guerra fría.
EE.UU. y la URSS competían por ser la primera potencia en todos los órdenes. Miedo
daba la carrera de armamentos; parecía abocarnos a la tercera y última guerra
mundial. La carrera espacial, en cambio, abría nuevos horizontes a la
humanidad. Las hazañas espaciales de la década de los sesenta ponen de
manifiesto el potencial de la competencia: espabila a los individuos, a las
empresas y a los propios estados.
La
segunda lección es la necesidad de la cooperación interestatal en asuntos que
interesan a toda la humanidad. El proyecto espacial se desinfló a partir del
programa Apolo por la sencilla razón de que el cociente “beneficios inmediatos
/ costes” era deficitario. Apolo XI costó lo mismo que el muy rentable Canal de
Panamá. Pero los estados pueden y deben pensar en rentabilidades a largo plazo
y en los beneficios que no se agotan en una parcela del planeta.
El
desarrollo de internet y su democratización es la prueba más evidente. La
potencia del ordenador que comunicaba a los astronautas con la NASA era menor
que la de uno de nuestros móviles. Aunque no hayan encontrado en la luna ningún
metal útil, la investigación que trajo consigo ha transformado la vida en el planeta
tierra. Todos hemos salido ganando.
La Tribuna de Albacete (22/07/2019)