El 15 de
abril de 2019 se incendió Notre Dame de París, una de las cumbres del arte
gótico que, desde que se abrió al culto en 1260, no ha dejado de atraer a devotos
y turistas. Trece millones de visitas quedaron registradas el año 2018. Las
maravillosas imágenes del templo que hemos tenido ocasión de presenciar estos
días invitan a plantearse dos preguntas fundamentales.
¿Cómo es
posible que ya en los siglos XII y XIII pudieran levantarse unos edificios tan
impresionantes? ¿Acaso no estábamos en la baja Edad Media, la época más pobre,
inculta y lúgubre de la historia? Pues sí pero no; las historias oficiales escritas
en la modernidad nos han engañado. Las piedras y los pergaminos atestiguan de
que en la Edad Media, bajo el impulso de la Iglesia, se levantaron las
catedrales más altas y luminosas, las abadías mejor organizadas que hacían las
veces de hospitales y asilos, amén de las primeras universidades.
¿Cómo es
posible que estas catedrales sigan en pie novecientos años después y continúen
atrayendo a millones de devotos y turistas? Fácil, desde luego, no lo tuvieron.
Notre Dame hubo de sobrevivir no solo a catástrofes naturales sino también a saqueos
humanos. Los revolucionarios franceses
de 1789, tras declarar que la religión era la causa de todos los males, se
apresuraron a repartirse todos los bienes que encontraron en el templo. El
secreto de las catedrales románicas y góticas radica en descansar sobre
cimientos profundos y haber sido levantadas con piedras de sillería. Este
secreto arquitectónico también puede ser leído en clave espiritual. La belleza y permanencia de la Iglesia se fundamenta en la
muerte y resurrección de Cristo que hemos celebrado esta Semana Santa. Su
actualidad está asegurada si los cristianos somos piedras vivas levantadas
sobre Cristo.
La Tribuna de Albacete (22/04/2019)