Hace ocho
días la Sexta retransmitió una entrevista al Papa. Ya en los primeros compases,
el entrevistador, Jordi Évole, le colocó entre la espada y la pared. “Admitiría
usted abortar a una adolescente que quedó embarazada tras una violación”. El
Papa reconoció el drama que la situación suponía para esa joven y la obligación
de ayudarle por todos los medios, pero no hasta el punto de sacrificar una vida
humana. “O, dígame usted, preguntó al entrevistador, ¿es justo eliminar una
vida humana para resolver un problema?”
Hace cuatro
días Ángel Hernández ayudó al suicidio de su mujer, Isabel Carrasco que padecía
de esclerosis múltiple desde hacía 30 años. ¿Es justo eliminar una vida humana
para resolver un problema?, nos volvemos a preguntar hoy.
Jordi Évole
tuvo la honradez de callarse tras reconocer que era una cuestión compleja.
Algunos líderes políticos españoles han sido más osados. Aprovecharon el caso
de Ángel e Isabel para incorporar la eutanasia a sus programas electorales. Se
ilusionan pensando la de votos que van a cosechar con este anuncio que
convertiría a España en un referente internacional.
Tres preguntas
nos ayudarán a tocar fondo de estas cuestiones bioéticas. ¿Reconoces el derecho
fundamental a la vida, cuyo inicio y fin corresponde aclararlo a la comunidad
científica, no al político de turno? ¿Aceptas sostener con tus impuestos un
Estado del Bienestar que facilite a estas personas una vida digna y, en lo
posible, libre de dolor? ¿Estás dispuesto a implicarte con las personas afectadas
que necesitan del cariño de los suyos tanto o más que los cuidados sanitarios
del Estado?
Una
respuesta negativa a estas tres preguntas nos hará más egoístas a nosotros y
más inhumana a la sociedad. Me temo que, con los eufemismos de la interrupción
voluntaria del embarazo y la eutanasia, estamos abriendo las vías para eliminar
a quienes molesten. Y, no nos engañemos, ¡cuánto más egoístas seamos, más
personas nos molestarán!
La Tribuna de Albacete (8/04/2019)