La economía capitalista sigue un ritmo
cíclico: recesión, recuperación, auge, desaceleración, recesión… Fue el
“trending topic” de la ciencia económica en los años treinta del siglo pasado.
En su Teoría General de 1936, John M.
Keynes descubrió que el origen del problema radica en el comportamiento cíclico
de la inversión y del consumo de bienes duraderos cuyos mercados se saturan
intermitentemente. Como remedio propuso una política fiscal anticíclica: la
inversión pública compensaría los altibajos de la inversión privada. El déficit
se corregiría automáticamente en los años de bonanza.
Por
esa época, Michael Kalecki, un
economista polaco que había anticipado las ideas y políticas keynesianas, advirtió
que, a menudo, el ciclo económico resultaba amplificado por el ciclo político.
En los años electorales, los gobiernos multiplican sus gastos para comprar
votos. El nuevo gobierno se encontrará un déficit desbocado y una deuda cuyos
intereses engullen una parte creciente de los impuestos. El obligatorio ajuste
de las cuentas públicas, precipitaría y/o agravaría la recesión económica.
Las
finanzas públicas españolas en 2018-19 confirman los peores temores de Kalecki.
La economía mundial ha entrado en fase de desaceleración. La menor caída del
PIB español se explica por el aumento del gasto público que ha interrumpido el
proceso de consolidación fiscal. El nuevo gobierno habrá de afrontar la próxima
crisis en peores condiciones y sin apenas capacidad de maniobra. En 2008, el
gobierno español tenía dos comodines debajo de la manga: un superávit
presupuestario y un stock de deuda pública inferior al 40% del PIB. En 2019, el
déficit público ha vuelto a alejarse del objetivo del 3% y la deuda ya supera el
100% del PIB. Pero, ¿a quién le importan estas cuestiones contables en un año
electoral? Lo único importante es captar el voto de los ingenuos.
La Tribuna de Albacete (25/03/2019)