En las
últimas semanas, los enfrentamientos entre taxistas y VTC (Vehículos de
Transporte Concertado) ha acaparado las portadas de los telediarios y la prensa.
El conflicto viene de más atrás y afecta a otros muchos sectores. Amazon lleva
varios años desangrando al comercio tradicional del que dependen tantos puestos
de trabajo en nuestro propio barrio. Los hoteles que han hecho grandes
inversiones y pagan fuertes impuestos se quejan de que particulares puedan
alquilar sus habitaciones a turistas con los que contactan con internet. Las
universidades tradicionales tememos que nuestros alumnos se matriculen en los
cursos on line lanzados por prestigiosas
universidades. Y así sucesivamente.
Los efectos
disruptivos de la competencia no son nuevos, aunque es evidente que internet los
ha generalizado y agravado. Hace un siglo, los fabricantes de velas se rebelaron
contra las empresas eléctricas y los artesanos de carruajes contra la industria
del automóvil. Como era de esperar, se impusieron las empresas capaces de
suministrar el mejor servicio al menor coste. La novedad de los conflictos
actuales es que internet facilita un asalto a casi todos los sectores
tradicionales y para llevarlo a cabo puede bastar un ordenador portátil y, eso
sí, una buena dosis de ingenio.
El resultado
podría ser el desmoronamiento del entramado institucional que permitió en el siglo
XX la prosperidad económica y el estado del bienestar. ¿De qué sirve la
fijación de un salario mínimo y otras normas protectoras del trabajador por
cuenta ajena, si los repartidores se autoproclaman “empresarios autónomos”? ¿Y cómo
financiarán los estados sus generosos servicios sociales si desaparecen las empresas
que emiten facturas regulares sobre ventas, compras y retribuciones, facturas
que son la base de los impuestos?
A problemas
nuevos soluciones originales. Pero paciencia, que la penúltima revolución tecnológica
y social no ha hecho más que empezar.
La Tribuna de Albacete (11/03/2019)