¿Cómo hemos
llegado hasta aquí?, se preguntan los venezolanos y nos preguntamos los amigos
del pueblo venezolano. ¿Cómo es posible que, en una tierra que mana petróleo,
los conductores no encuentren gasolina y dos millones y medio de personas se
hayan visto forzadas a emigrar para escapar del hambre o las represalias
políticas? El guion de la tragedia ya quedó escrito en 1917. Lamentablemente,
la memoria humana es muy frágil. El señuelo comunista ha embaucado a muchos
ingenuos de todas las épocas.
Por suerte
(o por desgracia), en la primera década de la Revolución Bolivariana el precio
del petróleo se multiplicó por diez. Con tantos petrodólares, Chávez pudo
nacionalizar los sectores estratégicos y pagar los déficits de las empresas
públicas sin preocuparse de su productividad. El voto de los ciudadanos quedó
bien amarrado por las generosas subvenciones que llegaron también a los
movimientos revolucionarios de otros países.
Nicolás
Maduro tuvo la desgracia de llegar al poder cuando la demanda de petróleo y su
precio entraron en caída libre. El mantenimiento de las empresas públicas y de
la red clientelar le obligaron a emitir dinero a espuertas convirtiendo la
inflación en hiperinflación. El precio de los bienes básicos fue congelado… y
dejaron de producirse pues a ese precio no se cubría el coste de producción. Sólo
los muy ricos podían adquirirlos en el mercado negro.
Para
mantener el poder en esas circunstancias, el régimen no ha dudado en
tergiversar la Constitución y aparcar los derechos humanos. El “socialismo
siglo XXI” que prometía prosperidad económica para todos y democracia real, nos
ha dejado sin una y otra. Solo nos queda esperar que el desenlace sea pacífico
y que aprendamos bien la lección: no te fíes de quienes prometen una sociedad
perfecta organizada desde arriba.
La Tribuna de Albacete (4/02/2019)