domingo, 23 de diciembre de 2018

Concierto de Navidad



               Uno de los mejores violinistas del mundo fue invitado a interpretar un par de conciertos en Nueva York. A pesar de los elevados precios, el Carnegie Hall se llenó a rebosar. Todos escucharon en silencio reverente las notas que salían del Stradivarius y ovacionaron al violinista durante largos minutos. Al despedirse, el preguntó al empresario para cuándo estaba planeado su segundo concierto. “Para mañana a la misma hora –le respondió– y si no le importa lo tocará en la estación de metro Gran Central Terminal, vestido de harapos, como un mendigo más”.
               Así lo hizo. Repitió las mismas piezas, con el mismo violín y el mismo entusiasmo. Nadie se enteró de lo que allí estaba pasando. Los más generosos le arrojaron unos céntimos. Pararse a escuchar, lo que se dice pararse, solo lo hicieron tres personas y ninguna de ellas aguantó más de tres minutos.
               Lo que le sucedió a nuestro violinista es más común de lo que se cree. La mayoría de nosotros vivimos entre maravillas sin percatarnos de ellas. La Navidad es la maravilla de las maravillas. Dios se hace hombre y, para colmo, niño. Hace dos mil años, solo unos pocos pastores y tres enigmáticos extranjeros, apreciaron el misterio de la Navidad. En el siglo XXI, la proporción no debe de ser mucho mayor. Las luces de neón ocultan a la estrella de Belén. El ruido ahoga el susurro de Dios. Las prisas nos impiden pararnos a pensar. Ni nos asombramos por el misterio de la Navidad, ni lo valoramos, ni dejamos que nos interpele.
               Pero el misterio más grande de la historia de la humanidad está allí. El niño-Dios nos espera para llenarnos de su gracia.

La Tribuna de Albacete (24/12/2018)