El pasado
mes de mayo entró en mi despacho Paúl, un chico joven, aunque no tanto como mis
alumnos. Me explicó que vendía pequeñas macetas para sostener una fundación
contra la drogadicción. “Sabe, es que yo he sido drogadicto y ahora trato de
agradecerles el bien que me han hecho”. Le respondí que le compraría una planta
si me respondía a una pregunta que me inquietaba. “¿Qué opinas de la propuesta
de legalizar la droga para evitar las muertes que resultan de su adulteración y
el narcotráfico y cosas por el estilo?” Su
respuesta fue contundente: “Mire, si yo hubiera tenido droga fácil hace tiempo
que habría muerto de una sobredosis. Y si, al regresar a casa tras la desintoxicación
hubiera podido comprar droga en la farmacia de la esquina yo
hubiera recaído a los cuatro días”. “En realidad, concluyó, mi voluntad hacía
tiempo que había muerto; solo anhelaba droga, cada vez más droga y cada vez más
dura”.
Las palabras
de Paúl y el olor de la hierbabuena que le compré, revivieron en mi memoria cuando
escuché al líder de Podemos la semana pasada. Aprovechando la legalización del cannabis en Canadá, sugirió que España tenía la posibilidad de convertirse en
un referente para toda Europa si se adelantaba en la legalización. Y que sería
una suculenta fuente de ingresos para las arcas del Estado; no para comprar
armas que matan sino atender a nuevos gastos sociales.
Me quedé con
ganas de buscar a Paúl y llevarle al Congreso. Recordaría, a nuestras ingenuas
señorías, que la droga seguirá matando físicamente a unos pocos y matará la
voluntad de la creciente mayoría que se anime a probarla.
Claro, si lo
que nuestras señorías buscan es crear una sociedad de zombis…
La Tribuna de Albacete (22/10/2018)