En mis
clases de Economía Monetaria y Bancaria he pasado muchos años remarcando las
líneas rojas que un Banco Central (BC) no debía sobrepasar, so pena de cargarse
el sistema financiero. Tenía prohibido prestar a las empresas. Al Gobierno,
solo podía prestar en pequeñas cuantías y de forma indirecta, a través de la
compra de deuda pública en el mercado abierto. El crédito directo a la banca
privada era otra vía de regulación monetaria. Se otorgaría en pequeñas
cantidades y a un interés moderadamente positivo para evitar una expansión
descontrolada del dinero bancario.
Desde el año
2014 las líneas rojas se han convertido en autovías convencionales y yo he debido
quemar mis apuntes. Siguiendo la estela de la Fed americana, el BCE relajó en
2014 su política monetaria hasta límites insospechados. En los tres últimos
años, ha creado 2.5 billones de euros (más del doble del PIB español) para
comprar deuda emitida por gobiernos y grandes empresas. El tipo de interés
oficial bajó a cero en 2014, y ahí sigue. La novedad que Mario Draghi y Luis de
Guindos anunciaron la semana pasada es que el plan de estímulo monetario se prolongará
una vez más pero sólo hasta diciembre del 2018, y que desde septiembre ya no se
prestarán 30.000 millones al mes, sino 15.000.
Tamaño
estímulo monetario ha supuesto un colchón de oxígeno para el Gobierno y la
banca. ¿Habrá logrado su objetivo básico, hacer despegar a la economía
productiva? ¡NO! Más bien la ha anestesiado. Quien sí se ha despertado es la economía
especulativa. En EE.UU. la inflación de activos (mercado bursátil e
inmobiliario) ya está por encima de los niveles explosivos alcanzados en 2007.
En UE avanzamos aceleradamente hacia el precipicio. Quizás hemos de aceptar que
la economía de los países avanzados se ha convertido en una fábrica de
burbujas.