A falta de buenas razones habrá que remover
las emociones con propaganda masiva, leyes moralistas y asignaturas adoctrinadoras.
Esto es lo que hace la ideología de género y, a juzgar por los resultados, no
le va mal. Hace diez años, ¿quién se hubiera atrevido a decir que no hay
diferencias sustanciales entre hombres y mujeres, pues cada uno es del sexo que
quiere ser? ¿Quién rotularía los aseos públicos con tres carteles: “hombres”,
“mujeres” y “otros”? ¿Quién se hubiera animado, o animara a otros, a cambiar de
sexo? ¿Qué parlamento osaría imponer una asignatura para adoctrinar a los niños
y encarrilar con sanciones a los profesores “rebeldes”?
Por
sorprendente que pueda parecernos, las ideas y prácticas emanadas de la ideología
de género se han convertido en políticamente correctas. ¡Ay de quién se atreva
a criticarlas! Tú puedes quemar en público la Biblia o una foto del Rey. Pero,
pobre de ti, si criticas un renglón del manual de ideología de género. Tú
puedes prohibir a tu hijo ver una película, pero pobre de ti si objetas a una de
las asignaturas que ellos le obligarán a cursar o si le impides cambiar de sexo
una vez que le hayan convencido que sus órganos genitales no son los adecuados.
No nos amohinemos, la verdad acaba imponiéndose por
su propio peso. Nuestras respuestas habrán de ser tranquilas pero insistentes, apelando
siempre al sentido común, a la ciencia y a la libertad. Hemos de recordar una y
otra vez que hombres y mujeres difieren en todas y cada una de sus células.
Hemos de divulgar los estudios científicos que demuestran que la reasignación
de sexo suele conllevar serios problemas psiquiátricos y un mayor índice de
suicidio (20 veces superior según el Instituto Karolinski de Estocolmo). Hemos
de denunciar el ataque perpetrado contra la libertad de expresión y contra el
derecho a la educación moral de nuestros hijos. Están en juego los derechos
fundamentales del ser humano recogidos en la Constitución. Está en juego la
felicidad de nuestros hijos.
La Tribuna de Albacete (09/04/2018)