domingo, 22 de abril de 2018

Deslealtad y 155



                La historia da perspectiva y la perspectiva nos permite fundar mejor nuestras decisiones. Apenas dos años median entre el día que la Generalitat y el Parlament optaron por la vía unilateral a la independencia y su consumación en la declaración de la República Independiente de Cataluña. Tiempo breve, pero suficiente para comprender que se trató de un auténtico golpe de estado, es decir, de la sustitución de la legalidad vigente al margen de la Constitución. No hubo violencia física pero sí desobediencia y deslealtad institucional a raudales.
El Gobierno optó por una respuesta de perfil bajo. Esperaría pacientemente hasta que se cometieran actos delictivos y los recurriría uno tras otro ante el Tribunal Constitucional. La judicialización del Procés le obliga ahora a respetar las decisiones de los jueces, gusten o no gusten.
         Lo que sí está en manos de los políticos es evitar un segundo Procés cuyos efectos ya nos resultan conocidos. Es la hora de la política. Es el momento de tomar decisiones ejecutivas que impidan la desobediencia flagrante e impune a las leyes y sentencias. De impedir que se utilice el dinero de todos los catalanes para la causa independentista abanderada por la mitad de ellos. De evitar que las instituciones catalanas gestionen sus competencias para poner palos en las ruedas del Estado español. De impedir que la deslealtad institucional campe a sus anchas, generando un ambiente de crispación irrespirable.
La deslealtad institucional puede compararse a ese compañero de equipo que te pone el dedo en el ojo cada vez que se cruza contigo. El entrenador no puede pitarle penalti, pero sí retirarlo a otra zona del campo menos transitada y menos decisiva. Solo por un tiempo, hasta que se serene y decida volver a aceptar las reglas del juego, amén de la lealtad con sus compañeros. En eso consiste el 155. Para aplicarlo no hace falta esperar a que el partido esté perdido.
 La Tribuna de Albacete (23/04/2018)