domingo, 18 de febrero de 2018

Pacto educativo por la libertad

              El ministro de Educación, Méndez de Vigo, ha desatado la caja de los truenos al insinuar que los padres catalanes tendrán derecho a solicitar que sus hijos reciban en castellano al menos un 25% de las asignaturas. Algunos políticos le han acusado de utilizar el 155 para liquidar un sistema educativo integrador y de alta calidad. Quienes trabajamos en el mundo de la educación sabemos que, tanto en Cataluña como en el resto de España, la integración y la calidad van en declive. Pregunten, si no, a los expertos que llevan un año reunidos en Madrid buscando un pacto educativo nacional. La dificultad de llegar a acuerdos pone en evidencia la intención de convertir la escuela en ariete político para promocionar una u otra ideología. La complejidad es otro elemento a tener en cuenta. En la educación confluyen muchas variables y es imposible regularlas todas de manera completa y uniforme. Imponer un mismo traje y una misma talla a todos los escolares repercute negativamente sobre la calidad de la enseñanza y la libertad personal.
              A nuestro entender, el mejor pacto, tal vez el único posible, consiste en poner en marcha los dos motores que han integrado y levantado la economía y sociedad occidentales: libertad y competencia. Los responsables políticos solo deberían ponerse de acuerdo en los contenidos mínimos de la enseñanza. Digamos, que todos los niños acabaran la ESO con un nivel C1 en las lenguas cooficiales de su territorio y el bachillerato con un nivel C2. Los centros educativos (públicos y privados) tendrían libertad para organizarse como quisieran y decantarse por una o varias lenguas vehiculares. Los padres tendrían libertad para llevar a sus hijos, al centro que les mereciera más confianza a la vista del ideario, objetivos y métodos. También de los resultados en las pruebas nacionales al final de cada etapa.
                Este “pacto educativo por la libertad” no exige un cambio constitucional ni estatutario. Se introduciría al ritmo solicitado por la sociedad. Sólo hace falta creer en la libertad y la competencia. ¿O es que ya nadie cree en el potencial de los dos motores que levantaron la civilización occidental?
La Tribuna de Albacete (19/02/2018)