Entre las felicitaciones
recibidas para Año Nuevo me quedo con esta. “Todo tiene su momento y cada cosa
su tiempo bajo el cielo: tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar,
tiempo de arrancar; tiempo de matar, tiempo de sanar; tiempo de destruir,
tiempo de construir; tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo,
tiempo de bailar; tiempo de arrojar piedras, tiempo de recogerlas; tiempo de abrazar, tiempo de desprenderse;
tiempo de guardar, tiempo de arrojar; tiempo de rasgar, tiempo de coser; tiempo
de callar, tiempo de hablar; tiempo de amar, tiempo de odiar; tiempo de guerra,
tiempo de paz. ¿Qué saca el obrero de sus fatigas?” (Eclesiastés 3, 1-10)
Por todos estos momentos pasa el ser humano a lo
largo de su vida. Cada año los vivimos revueltos en el grupo social al que
pertenecemos. Sucedieron en el 2017 y se repetirán en el 2018, por más que nos
deseemos “felicidad”, “paz”, “suerte”… No es realista pensar que tendremos un
año apacible con los vientos recogidos o soplando siempre a nuestro favor. Un buen año lo consigue quien sabe aprovechar la fuerza del viento,
independientemente de la dirección hacia donde sople.
La clave para conseguirlo estriba, por tanto, en nuestra disposición
personal. ¿Qué opción tomaré a lo largo del año que comienza? ¿Destruir o
construir? ¿Arrancar o plantar? ¿Rasgar o coser? ¿Arrojar piedras o recogerlas?
¿Preparar la guerra o sembrar la paz? En definitiva, ¿odiar o amar?
Las opciones constructivas
requieren más esfuerzo, pero son las únicas que dan eficacia y sentido a nuestras fatigas.
Desconfío de quienes prometen el paraíso en la tierra para el 2018. Todavía más
de quienes nos liberan del esfuerzo personal, echando balones al tejado del
gobierno o de la fortuna.
La Tribuna de Albacete (08/01/2018)