Un gigante que trata de levantarse a sí mismo
estirándose del cabello
Sobre el
tapete de la mesa política hemos colocado una nueva patata caliente con la
etiqueta de la “renta básica”. En realidad, lo que proponen los sindicatos
españoles es estirar los subsidios existentes. Pero no deja de ser una excusa para
reflexionar sobre la renta básica, un tema que será recurrente en economías
incapaces de emplear a su población activa.
Nos guste o
no, el primer problema a abordar en cualquier propuesta política es el
presupuestario. ¿Puede el Estado comprometerse a pagar a todos los españoles una
cantidad mensual igual o superior al salario mínimo? Sabemos que, de hecho, sólo
recibirán dinero aquellos con obligaciones tributarias inferiores a ese salario
mínimo. Aun así, para garantizar un nivel de renta aceptable para todos los
parados y marginados, no quedará más remedio que elevar la presión fiscal sobre
los beneficios empresariales y las salarios superiores a la media. ¿Es
factible? ¿Hay límites?
El segundo
factor a considerar en la valoración de las leyes, son los incentivos que
generan sobre los agentes afectados. ¿Y si las empresas y trabajadores más
presionados por el fisco dejan de invertir o se desplazan al país vecino? ¿Y si
los beneficiarios de la renta básica se conforman con ella y dejan de buscar
trabajo? ¿Y si la medida tiene un efecto llamada tal que desborda la capacidad
presupuestaria del país más rico?
En la
propuesta pionera de Milton Friedman, la renta básica era un medio para animar
a los trabajadores a buscar trabajo, a sabiendas que no perderán esa renta cuando
lo encontraran. El problema surge cuando a la economía le falta fuelle para
crear suficientes empleos. En esas circunstancias los desempleados acabarán por desanimarse y su único subjetivo será mantener la renta básica. El peor de los escenarios sería una sociedad
fracturada donde se agranda la brecha entre la población empleada en
la economía privada (con una renta alta pero carcomida por los impuestos) y la población
alimentada por las administraciones públicas (con una renta básica, pero que
muy básica).
Los
problemas complejos no tienen soluciones únicas y/o fáciles. Pero sí hay
elementos que no debieran faltar en cualquier solución. La historia nos enseña
que para conseguir un progreso económico y social sostenible hemos de dejar
actuar a la iniciativa privada, corregir sus deficiencias y animar a la gente a
salir pronto de la dependencia inevitable, es decir, a recobrar su iniciativa. Sin
iniciativa privada la economía se asemeja a un gigante que trata de levantarse
a sí mismo estirándose del cabello.
La Tribuna de Albacete (13/02/2017)