lunes, 13 de febrero de 2017

Renta básica (y 2)

Un gigante que trata de levantarse a sí mismo 
estirándose del cabello


Sobre el tapete de la mesa política hemos colocado una nueva patata caliente con la etiqueta de la “renta básica”. En realidad, lo que proponen los sindicatos españoles es estirar los subsidios existentes. Pero no deja de ser una excusa para reflexionar sobre la renta básica, un tema que será recurrente en economías incapaces de emplear a su población activa.
Nos guste o no, el primer problema a abordar en cualquier propuesta política es el presupuestario. ¿Puede el Estado comprometerse a pagar a todos los españoles una cantidad mensual igual o superior al salario mínimo? Sabemos que, de hecho, sólo recibirán dinero aquellos con obligaciones tributarias inferiores a ese salario mínimo. Aun así, para garantizar un nivel de renta aceptable para todos los parados y marginados, no quedará más remedio que elevar la presión fiscal sobre los beneficios empresariales y las salarios superiores a la media. ¿Es factible? ¿Hay límites?
El segundo factor a considerar en la valoración de las leyes, son los incentivos que generan sobre los agentes afectados. ¿Y si las empresas y trabajadores más presionados por el fisco dejan de invertir o se desplazan al país vecino? ¿Y si los beneficiarios de la renta básica se conforman con ella y dejan de buscar trabajo? ¿Y si la medida tiene un efecto llamada tal que desborda la capacidad presupuestaria del país más rico?
En la propuesta pionera de Milton Friedman, la renta básica era un medio para animar a los trabajadores a buscar trabajo, a sabiendas que no perderán esa renta cuando lo encontraran. El problema surge cuando a la economía le falta fuelle para crear suficientes empleos. En esas circunstancias los desempleados acabarán por desanimarse y su único subjetivo será mantener la renta básica. El peor de los escenarios sería una sociedad fracturada donde se agranda la brecha entre la población empleada en la economía privada (con una renta alta pero carcomida por los impuestos) y la población alimentada por las administraciones públicas (con una renta básica, pero que muy básica). 

Los problemas complejos no tienen soluciones únicas y/o fáciles. Pero sí hay elementos que no debieran faltar en cualquier solución. La historia nos enseña que para conseguir un progreso económico y social sostenible hemos de dejar actuar a la iniciativa privada, corregir sus deficiencias y animar a la gente a salir pronto de la dependencia inevitable, es decir, a recobrar su iniciativa. Sin iniciativa privada la economía se asemeja a un gigante que trata de levantarse a sí mismo estirándose del cabello.
La Tribuna de Albacete (13/02/2017)