Con su trabajo el hombre transforma la naturaleza,
la sociedad y su propia personalidad
Ayer, 1 de Mayo, celebramos el Día
Internacional del Trabajo. Conviene recordarlo pues en las manifestaciones callejeras
cada vez participa menos gente de la cada vez más mermada población sindical. En
la prensa, pocos artículos interesados por el tema laboral. A pesar del olvido,
el 1 de Mayo sigue siendo un día importante, imprescindible. Recuerda una de
las dimensiones esenciales del ser humano y uno de los mejores cementos de las
relaciones sociales: el trabajo.
Un
libro de economía que leí recientemente modelizaba la sociedad en dos grupos. La mitad trabajaba y pagaba altos impuestos;
la otra mitad vivía de los subsidios. “¿Quién vive mejor?”, se preguntaba al estudiante al final de la
lección. La respuesta correcta era: “El segundo grupo, pues con menos esfuerzo
consiguen la misma capacidad adquisitiva”.
Me
temo que si se hiciera una encuesta entre los jóvenes españoles el resultado
sería precisamente el opuesto. La inmensa mayoría se apuntaría a trabajar. Estos
modelos abstractos yerran en sus conclusiones por partir de una antropología amputada
que reduce la persona a mero consumidor. Ignoran que el hombre es un ser social
y que el trabajo es la mejor manera de integrarse en la sociedad. Uno se siente
útil al contribuir al bien común con sus servicios e impuestos. El ser humano
tiene, por otra parte, unas aspiraciones de superación que el trabajo le ayuda
a realizar. “El hombre con su acción no solo transforma las cosas y la
sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus
facultades, se supera y se trasciende”, leemos en la Gaudium et Spes.
Hay que superar la “cultura del descarte” que denuncia
el Papa Francisco, así como las diferentes formas de precarización y
dualización que combaten los sindicatos. Entre los objetivos de política
económica auspiciados por los gobiernos debería figurar el pleno empleo. Pero si
esos gobernantes saben algo de historia, comprenderán que lo mejor que pueden
hacer es encauzar y cooperar con esa iniciativa privada acostumbrada a transformar
las dificultades en oportunidades. Presiento que los vientos de la historia
soplan hacia la proliferación de empresarios-trabajadores autónomos con
capacidad de decidir su propia jornada laboral. Algunos se matarán a trabajar,
otros preferirán aumentar su tiempo libre. En ambos casos quedará más espacio
para las nuevas generaciones, cada vez más preparadas.
La Tribuna de Albacete (02/05/2016)