domingo, 1 de mayo de 2016

Uno de Mayo

Con su trabajo el hombre transforma la naturaleza, 
la sociedad y su propia personalidad

           Ayer, 1 de Mayo, celebramos el Día Internacional del Trabajo. Conviene recordarlo pues en las manifestaciones callejeras cada vez participa menos gente de la cada vez más mermada población sindical. En la prensa, pocos artículos interesados por el tema laboral. A pesar del olvido, el 1 de Mayo sigue siendo un día importante, imprescindible. Recuerda una de las dimensiones esenciales del ser humano y uno de los mejores cementos de las relaciones sociales: el trabajo.
               Un libro de economía que leí recientemente modelizaba la sociedad en dos grupos.  La mitad trabajaba y pagaba altos impuestos; la otra mitad vivía de los subsidios. “¿Quién vive mejor?”,  se preguntaba al estudiante al final de la lección. La respuesta correcta era: “El segundo grupo, pues con menos esfuerzo consiguen la misma capacidad adquisitiva”.
               Me temo que si se hiciera una encuesta entre los jóvenes españoles el resultado sería precisamente el opuesto. La inmensa mayoría se apuntaría a trabajar. Estos modelos abstractos yerran en sus conclusiones por partir de una antropología amputada que reduce la persona a mero consumidor. Ignoran que el hombre es un ser social y que el trabajo es la mejor manera de integrarse en la sociedad. Uno se siente útil al contribuir al bien común con sus servicios e impuestos. El ser humano tiene, por otra parte, unas aspiraciones de superación que el trabajo le ayuda a realizar. “El hombre con su acción no solo transforma las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende”, leemos en la Gaudium et Spes.
               Hay que superar la “cultura del descarte” que denuncia el Papa Francisco, así como las diferentes formas de precarización y dualización que combaten los sindicatos. Entre los objetivos de política económica auspiciados por los gobiernos debería figurar el pleno empleo. Pero si esos gobernantes saben algo de historia, comprenderán que lo mejor que pueden hacer es encauzar y cooperar con esa iniciativa privada acostumbrada a transformar las dificultades en oportunidades. Presiento que los vientos de la historia soplan hacia la proliferación de empresarios-trabajadores autónomos con capacidad de decidir su propia jornada laboral. Algunos se matarán a trabajar, otros preferirán aumentar su tiempo libre. En ambos casos quedará más espacio para las nuevas generaciones, cada vez más preparadas.
La Tribuna de Albacete (02/05/2016)