Integración y subsidiariedad son los dos pilares
donde descansa el arco de bóveda de la UE
El viernes
desayuné, comí y cené “Unión Europea”. A primera hora asistí a un debate con
uno de los más prestigiosos economistas europeos, Paul de Grauwe. A la pregunta
de quién sería el más perjudicado por el Brexit respondió: “La economía de Gran
Bretaña se resentiría tanto que votarán por quedarse dentro. Para el resto de
la UE, la salida de GB sería una bendición. Los europeístas de razón y corazón
podrían empezar a construir ese estado federal necesario para una integración
de la política monetaria y fiscal”.
A
medio día el presidente Francés, François Hollande, avanzó que el 24 de junio,
justo después del referéndum británico y con independencia de su resultado, se
publicará un manifiesto firmado por Francia y Alemania. Esperaban la adhesión
inmediata de Italia, España, Bélgica y Portugal. El resto les seguiría con más
o menos entusiasmo. La crisis del euro y de los refugiados, unidas al auge de
grupos populistas y xenófobos, han alentado unos vientos de insolidaridad que
por primera vez en su historia soplan a favor de la fragmentación. No podemos
consentir, concluyó, que los antieuropeistas se hayan apropiado del micrófono.
Hay que avanzar hacia esa “ever closer union” enunciada en el primer documento
de la UE.
En
las noticias de la noche escuché las palabras del Papa Francisco ante las
autoridades de la UE que le habían concedido el Premio Carlo Magno por sus
esfuerzos de construir una Europa más fraterna. Pidió volver al espíritu
integrador de los fundadores de las CEE. Ellos fueron capaces de olvidar una
guerra atroz cuando todavía sangraban las heridas y nos han regalado sesenta
años de paz ininterrumpida, algo inaudito en la milenaria historia europea.
Pidió políticas centradas en los rostros más que en
los números, que promuevan y protejan los derechos de cada uno, sin olvidar los
deberes. Alentó a las instituciones europeas a liderar con su ejemplo el
respeto de todos y cada uno de los derechos humanos.
El viernes me acosté un poco más europeo. Me propuse contrarrestar
con mi pluma la marea de nacionalismos rancios alimentados por el orgullo, el odio
y la exclusión. Hay que demostrar con razones y hechos las ventajas de la
integración. Una integración que puede y debe respetar a todos y dejar vía
libre a la iniciativa de los niveles inferiores de gobierno, hasta llegar al
individuo. Integración y subsidiariedad
son las dos piedras que sostienen el arco de bóveda de la UE.
La Tribuna de Albacete (09/05/2016)