domingo, 15 de mayo de 2016

La tribu educadora

Una tribu que se arroga el derecho 
de educar a los hijos del vecino

En un lugar de España, de cuyo nombre no quiero acordarme, irrumpió un partido que prefiero no nombrar. Un día, su lideresa decidió saltar del anonimato a la fama manifestando su preocupación por la educación tan pobre y conservadora que proporciona la familia tradicional, ya saben, aquella reliquia histórica basada en un padre, una madre y sus hijos. Para reemplazarla propuso la familia colectiva donde los hijos son comunes y es la propia “tribu” quien se encarga de educarlos. El individualismo y el derecho de propiedad que corrompe la sociedad, quedarían superados cuando las madres tuvieran los mismos sentimientos y responsabilidades por sus hijos biológicos que por los del vecino. ¡Así de fácil!
Sin conocer la vida personal de esta señora me atrevo a pensar que no debe tener hijos. Si los tuviera sabría que necesitan una atención continua, cercana y amorosa que solo los padres le pueden facilitar. No siempre lo hacen bien. Pero la solución no consiste en alejar a los niños de su familia sino en recordar a los padres la necesidad de olvidarse de sus caprichos personales para acercarse y centrarse en las necesidades de sus hijos.
Las ideas de la diputada son cualquier cosa menos originales. Su estrategia es tan antigua como la política misma. Los movimientos antisistema empiezan por erradicar la religión y la familia. ¿Cómo van a aceptar un ser superior que en todas las culturas ha prohibido matar, robar y mentir y que da consistencia a otros tantos derechos fundamentales? ¿Cómo van a consentir la presencia de una familia que no se dejará arrebatar a los hijos y los buscará hasta la extenuación en caso en caso de que desaparezcan o se extravíen?

No me preocupan esas ideas disparatadas que el viento se llevará tan pronto como las comunas hippies que pulularon en mi juventud. Me preocupa que esa tribu, con el beneplácito y los poderes de un estado intervencionista,  se arrogue el derecho de educar a los hijos del vecino. Tampoco me asusta un gobierno revolucionario surgido de las urnas. Mi único temor es que ese gobierno se conceda una patente de corso para saltarse la Constitución, cuya reforma implica mayoría cualificada. Y para machacar ese puñado de derechos y libertades fundamentales que, por emanar de la dignidad personal, no pueden bailar al son de las mayorías parlamentarias, ni simples ni cualificadas. 
La Tribuna de Albacete (16/05/2016)