lunes, 8 de febrero de 2016

Austeridad, ¿qué austeridad?

Ejercitarse en analizar las cosas desde diferentes puntos de vista, incluidos los del adversario

La mayoría de los conflictos (tanto en la arena internacional como en el cuarto de estar) se basan en malentendidos. Dos personas que comparten la idea de fondo pueden llegar a los puños al expresarla con palabras diferentes. Me cercioré de ello la semana pasada en un seminario sobre “políticas de austeridad”.
La expectación era máxima. Para sorpresa de todos los asistentes, la profesora que organizó el evento nos pidió escribir qué entendíamos por “austeridad”. “Por favor, no olviden de concretar los sinónimos y antónimos adecuados”.
Hubo respuestas para todos los gustos. El joven que tenía a mi izquierda no se lo pensó dos veces. “La austeridad es la estrategia de los financieros para fomentar el ahorro. Si obligan al gobierno a equilibrar los presupuestos, la salida democrática e igualitaria de la crisis quedará frustrada”.
Otra joven, no menos indignada, enfatizó que exigir a austeridad a los políticos era la única manera de evitar el despilfarro al que son propensos quienes tienen por oficio gastar el dinero ajeno (sobre todo, cuando lo rentabilizan en votos). A estos políticos hay que recordarles los servicios que deben prestar las administraciones públicas y exigirles que lo hagan al menor coste.
Una señora con porte académico recordó que Keynes no criticaba el ahorro y la austeridad sino el atesoramiento generalizado. Si todos los agentes económicos, gobiernos incluidos, se empeñan en gastar menos de lo que ingresan, el resultado será una caída de la producción y la renta, menos impuestos y más déficit público.
Una persona de cabello blanco dio malos augurios a las sociedades que tratan de vivir permanentemente por encima de sus posibilidades. Sólo países con una moneda fuerte pueden permitirse un déficit exterior continuo, digamos un 5% del PIB. Pero incluso estos países serán desahuciados si no son capaces de frenar la aceleración del déficit. La última crisis financiera de la UE así lo atestigua.

La profesora clasificó los argumentos en cuatro grupos. Insinuó que cada uno era correcto desde la perspectiva económica desde donde se formulaba: corto o largo plazo; economía cerrada o abierta; enfoque de oferta o de demanda; economía real o economía financiera. Nos animó a dialogar para integrar los argumentos con una condición: antes de responder, uno debía resumir la idea del contrincante. “Tú dices…, yo digo…” “Tú me preguntas …, yo te respondo…” Como no fuimos capaces de entrar en diálogo nos mandó a casa con una lista de deberes: “Ejercítense en analizar las cosas desde diferentes puntos de vista, incluidos los del adversario; aprendan a escuchar y a responder solo a lo que les preguntan”.  ¡Toda una revolución!
La Tribuna de Albacete (08/02/2016)