Ejercitarse en analizar las cosas desde diferentes puntos de vista, incluidos los del adversario
La mayoría
de los conflictos (tanto en la arena internacional como en el cuarto de estar)
se basan en malentendidos. Dos personas que comparten la idea de fondo pueden
llegar a los puños al expresarla con palabras diferentes. Me cercioré de ello
la semana pasada en un seminario sobre “políticas de austeridad”.
La expectación
era máxima. Para sorpresa de todos los asistentes, la profesora que organizó el
evento nos pidió escribir qué entendíamos por “austeridad”. “Por favor, no
olviden de concretar los sinónimos y antónimos adecuados”.
Hubo
respuestas para todos los gustos. El joven que tenía a mi izquierda no se lo
pensó dos veces. “La austeridad es la estrategia de los financieros para
fomentar el ahorro. Si obligan al gobierno a equilibrar los presupuestos, la
salida democrática e igualitaria de la crisis quedará frustrada”.
Otra joven,
no menos indignada, enfatizó que exigir a austeridad a los políticos era la
única manera de evitar el despilfarro al que son propensos quienes tienen por
oficio gastar el dinero ajeno (sobre todo, cuando lo rentabilizan en votos). A
estos políticos hay que recordarles los servicios que deben prestar las
administraciones públicas y exigirles que lo hagan al menor coste.
Una señora
con porte académico recordó que Keynes no criticaba el ahorro y la austeridad
sino el atesoramiento generalizado. Si todos los agentes económicos, gobiernos
incluidos, se empeñan en gastar menos de lo que ingresan, el resultado será una
caída de la producción y la renta, menos impuestos y más déficit público.
Una persona
de cabello blanco dio malos augurios a las sociedades que tratan de vivir
permanentemente por encima de sus posibilidades. Sólo países con una moneda
fuerte pueden permitirse un déficit exterior continuo, digamos un 5% del PIB.
Pero incluso estos países serán desahuciados si no son capaces de frenar la
aceleración del déficit. La última crisis financiera de la UE así lo atestigua.
La profesora
clasificó los argumentos en cuatro grupos. Insinuó que cada uno era correcto
desde la perspectiva económica desde donde se formulaba: corto o largo plazo; economía
cerrada o abierta; enfoque de oferta o de demanda; economía real o economía financiera.
Nos animó a dialogar para integrar los argumentos con una condición: antes de
responder, uno debía resumir la idea del contrincante. “Tú dices…, yo digo…” “Tú
me preguntas …, yo te respondo…” Como no fuimos capaces de entrar en diálogo
nos mandó a casa con una lista de deberes: “Ejercítense en analizar las cosas
desde diferentes puntos de vista, incluidos los del adversario; aprendan a
escuchar y a responder solo a lo que les preguntan”. ¡Toda una revolución!
La Tribuna de Albacete (08/02/2016)