Cerrado. Los resultados electorales
han paralizado y eximido de responsabilidad a sus señorías.
Ya en el
siglo IV antes de Cristo, Aristóteles distinguió entre democracia y demagogia.
La democracia es una forma de Gobierno donde los gobernantes toman decisiones según
el mandato recibido y se responsabilizan de los resultados ante el pueblo que
habrá de votarles de nuevo. La demagogia es la degradación de la democracia.
Más que una forma de gobierno se trata de una estrategia para conseguir el
poder político. El mejor demagogo es el que consigue fidelizar el voto de los
ciudadanos mediante apelaciones
a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas. Lo que haga o deje de hacer una vez conseguido
el poder apenas preocupa a esos demagogos que dominan la retórica y propaganda.
El sistema político occidental
tiene mucho de demagogia. La culpa hay que repartirla entre los
políticos-demagogos expertos en la manipulación de masas y entre el pueblo que
se deja manipular una y otra vez. Sobre estas bases, sería iluso aspirar a
construir una democracia perfecta. Tal vez hayamos de conformarnos con elecciones
generales, libres y periódicas. Es el mínimo necesario para que el partido
mayoritario pueda gobernar y para que el pueblo pueda exigirle cada cuatro años
responsabilidad política. En la actual situación española no se da ni una cosa
ni otra. En la puerta del Parlamento podría colgarse este cartel: “Cerrado. Los
resultados electorales han paralizado y eximido de responsabilidad a sus
señorías”.
Para
salvaguardar la esencia de la democracia y evitar que se repitan situaciones de
bloqueo como la que tenemos en España, habría que reformar nuestra ley
electoral en dos sentidos. Primero, hacer coincidir la circunscripción con el
tipo de elecciones: España para las elecciones al Parlamento. Solo así quedaría
asegurado que todos los votos tienen el mismo valor. Segundo, instaurar un
sistema de doble vuelta. En la primera, cada ciudadano podría votar a la
formación política que mejor le representa. En la segunda, habría de decantarse
por uno de los dos partidos mayoritarios. Entre medio, una semana para que los
líderes pacten sus programas. Lo que no podemos permitirnos es convertir al
Parlamento y al Gobierno en sendos teatros donde se representan simultáneamente
varios dramas irresolubles e interminables. Y, lo que es peor, sin que los
políticos asuman responsabilidad alguna de lo que hacen y dejan de hacer. La
excusa la tienen fácil: “los socios de Gobierno me impidieron cumplir mi
programa”.
La Tribuna de Albacete (4/01/2016)