lunes, 4 de enero de 2016

Democracia y demagogia

Cerrado. Los resultados electorales 
han paralizado y eximido de responsabilidad a sus señorías.

Ya en el siglo IV antes de Cristo, Aristóteles distinguió entre democracia y demagogia. La democracia es una forma de Gobierno donde los gobernantes toman decisiones según el mandato recibido y se responsabilizan de los resultados ante el pueblo que habrá de votarles de nuevo. La demagogia es la degradación de la democracia. Más que una forma de gobierno se trata de una estrategia para conseguir el poder político. El mejor demagogo es el que consigue fidelizar el voto de los ciudadanos mediante apelaciones a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas.  Lo que haga o deje de hacer una vez conseguido el poder apenas preocupa a esos demagogos que dominan la retórica y propaganda.
El sistema político occidental tiene mucho de demagogia. La culpa hay que repartirla entre los políticos-demagogos expertos en la manipulación de masas y entre el pueblo que se deja manipular una y otra vez. Sobre estas bases, sería iluso aspirar a construir una democracia perfecta. Tal vez hayamos de conformarnos con elecciones generales, libres y periódicas. Es el mínimo necesario para que el partido mayoritario pueda gobernar y para que el pueblo pueda exigirle cada cuatro años responsabilidad política. En la actual situación española no se da ni una cosa ni otra. En la puerta del Parlamento podría colgarse este cartel: “Cerrado. Los resultados electorales han paralizado y eximido de responsabilidad a sus señorías”.
             Para salvaguardar la esencia de la democracia y evitar que se repitan situaciones de bloqueo como la que tenemos en España, habría que reformar nuestra ley electoral en dos sentidos. Primero, hacer coincidir la circunscripción con el tipo de elecciones: España para las elecciones al Parlamento. Solo así quedaría asegurado que todos los votos tienen el mismo valor. Segundo, instaurar un sistema de doble vuelta. En la primera, cada ciudadano podría votar a la formación política que mejor le representa. En la segunda, habría de decantarse por uno de los dos partidos mayoritarios. Entre medio, una semana para que los líderes pacten sus programas. Lo que no podemos permitirnos es convertir al Parlamento y al Gobierno en sendos teatros donde se representan simultáneamente varios dramas irresolubles e interminables. Y, lo que es peor, sin que los políticos asuman responsabilidad alguna de lo que hacen y dejan de hacer. La excusa la tienen fácil: “los socios de Gobierno me impidieron cumplir mi programa”.      

La Tribuna de Albacete (4/01/2016)