domingo, 10 de enero de 2016

La revolución nominal

Si no pueden cambiar las cosas
cambiarán el nombre de las cosas


El primer paso de la revolución (la grande, la definitiva) se dio al conquistar los grandes municipios del país imaginario en el que vivimos. Atrás habían de quedar las prácticas salvajes de los desahucios y esas normas financieras que maniatan a los políticos revolucionarios. El desempleo, la corrupción y el resto de lacras sociales del antiguo régimen quedarían superadas para siempre.
La expectación ante el primer edicto municipal era máxima, sobre todo entre los desahuciados y parados aglomerados en la calle Mayor. Sorprendentemente, el edicto se limitó a cambiar el rotulo de las calles. Todos los nombres franquistas o del santoral habrían de ser sustituidos por los de aquellos hombres de bien que pensaban como ellos o por mensajes subliminales. La calle Mahor pasó a denominarse: "Calle de la Mayor Revolución" ... Mientras seguía llenándose de gente sin casa y sin trabajo.
El segundo edicto fue un poco más lejos. Aquellas personas cuyo nombre evocara a un santo o un caballero del antiguo régimen, deberían acercarse al registro civil para cambiarlo. Empezaron por un tal Pablo Iglesias. El nombre del gran apóstol parecía ofensivo para un país revolucionario. Y no digamos el apellido. Al final decidieron llamarle “Apolo Mezquitas”, que sonaba como más intercultural.
Mientras tanto, la calle de la Mayor continuaba llenándose de gente sin casa y sin trabajo.
El tercer edicto se propuso acabar con las tradiciones que nos seguían atando al pasado. O vaciarlas de contenido cuando resultara imposible enfrentarse con el populacho. En la Cabalgata de Reyes ya no desfilarían Melchor, Gaspar y Baltasar sino Libertad, Igualdad y Fraternidad. La ilusión de los niños tomados como rehenes de la cabalgata se esfumó. También la de los parados y desahuciados que abarrotaban la calle de la Mayor Revolución.
Yo no salía de mi asombro. Me encanta ver los estratos de esas montañas talladas para dejar paso a la vía férrea o a la autopista. Ponen de manifiesto las edades de la tierra. ¿Por qué no respetar los estratos de las culturas que se han ido acumulando a lo largo de la historia de nuestro país? Pero no, eso no podía ser. Los revolucionarios no saben estar parados. Si no pueden cambiar las cosas, cambiarán el nombre de las cosas. Si no son capaces de cumplir sus promesas revolucionarias, sacarán pecho con alguna revolución nominal. 

La Tribuna de Albacete (11/01/2016)