Si no pueden cambiar las cosas
cambiarán el nombre de las cosas
cambiarán el nombre de las cosas
El primer
paso de la revolución (la grande, la definitiva) se dio al conquistar los
grandes municipios del país imaginario en el que vivimos. Atrás habían de
quedar las prácticas salvajes de los desahucios y esas normas financieras que
maniatan a los políticos revolucionarios. El desempleo, la corrupción y el
resto de lacras sociales del antiguo régimen quedarían superadas para siempre.
La
expectación ante el primer edicto municipal era máxima, sobre todo entre los desahuciados
y parados aglomerados en la calle Mayor. Sorprendentemente, el edicto se limitó
a cambiar el rotulo de las calles. Todos los nombres franquistas o del santoral
habrían de ser sustituidos por los de aquellos hombres de bien que pensaban
como ellos o por mensajes subliminales. La calle Mahor pasó a denominarse: "Calle de la Mayor Revolución" ... Mientras seguía llenándose de gente sin casa y sin trabajo.
El segundo
edicto fue un poco más lejos. Aquellas personas cuyo nombre evocara a un santo
o un caballero del antiguo régimen, deberían acercarse al registro civil para
cambiarlo. Empezaron por un tal Pablo Iglesias. El nombre del gran apóstol
parecía ofensivo para un país revolucionario. Y no digamos el apellido. Al
final decidieron llamarle “Apolo Mezquitas”, que sonaba como más intercultural.
Mientras
tanto, la calle de la Mayor continuaba llenándose de gente sin casa y sin trabajo.
El tercer
edicto se propuso acabar con las tradiciones que nos seguían atando al pasado.
O vaciarlas de contenido cuando resultara imposible enfrentarse con el
populacho. En la Cabalgata de Reyes ya no desfilarían Melchor, Gaspar y
Baltasar sino Libertad, Igualdad y Fraternidad. La ilusión de los niños tomados como rehenes de la cabalgata se
esfumó. También la de los parados y desahuciados que abarrotaban la calle de la Mayor Revolución.
Yo no salía de mi asombro. Me
encanta ver los estratos de esas montañas talladas para dejar paso a la vía
férrea o a la autopista. Ponen de manifiesto las edades de la tierra. ¿Por qué
no respetar los estratos de las culturas que se han ido acumulando a lo largo
de la historia de nuestro país? Pero no, eso no podía ser. Los revolucionarios no saben estar parados. Si no pueden cambiar las cosas, cambiarán el nombre de
las cosas. Si no son capaces de cumplir sus promesas revolucionarias, sacarán pecho con alguna revolución nominal.
La Tribuna de Albacete (11/01/2016)