No seamos tan ingenuos como mi vecino que, para ganar espacio en el garaje de la casa,
propuso eliminar dos o tres columnas
Las dos columnas
de Hércules protegían el Mediterráneo, cuna de la civilización occidental. La primera se
identificaba con el Peñón de Gibraltar. La localización de la segunda es dudosa pero en algún sitio debía estar pues no hay edificio que pueda sostenerse
sobre una sola columna, ni imperio que pueda perdurar sobre la base de la fuerza
muscular. De hecho, Hércules murió víctima de los celos y el engaño.
En su libro
“Los pilares de Europa”, José Ramón Ayllón se refiere a tres columnas: la
filosofía griega donde la razón suplanta a la mitología y a la fuerza bruta; el derecho
romano que hace posible una convivencia pacífica y prospera a pesar de los inevitables conflictos; y la religión
judeo-cristiana que da sentido a la vida y nos recuerda nuestra
condición de seres libres y moralmente responsables.
La
Revolución Francesa (1789) exaltó tres nuevos principios: liberté, egalité et fraternité. Una década antes, los padres de la
patria norteamericana habían defendido esos mismos principios pero uniéndolos con
el cordel de la democracia y enraizándolos en los tres pilares que acabamos de
describir. La Revolución Industrial puso de relieve la importancia de la
libertad de empresa sobre la base de la propiedad privada. En ellas se cimentó
la prosperidad económica y el bienestar social que hoy disfrutamos, incluso en
medio de las crisis. El último hito a resaltar (ONU, 1948) es la Declaración de
Derechos y Libertades Fundamentales que emanan de la dignidad de la persona
humana y son, por tanto, universales.
Acabamos de
pasar el Rubicón de unas elecciones generales, la gran fiesta de la democracia.
Esperemos que los políticos electos sean capaces de entenderse usando la razón,
sujetándose a la ley y respetando los derechos fundamentales del ser humano.
Entramos
ahora en la Navidad, la gran fiesta de la solidaridad humana. Yo, que he
viajado bastante, no he encontrado mejor muestra de lo que nos une como civilización.
Los mensajes que se transmiten durante estos días son los mismos, los de
siempre, los que responden a las aspiraciones más profundas del ser humano. Nos
deseamos felicidad y paz, empezando en el ambiente familiar. Y, con la sonrisa
y generosidad que inspira el niño de Belén, expresamos el deseo de poner nuestro granito de arena.
Han pasado
los siglos y estos principios siguen siendo la mejor garantía de nuestra civilización.
No seamos tan ingenuos como Hércules que puso toda la confianza en sus
músculos. Ni como mi vecino que, para ganar espacio en el garaje de la casa,
propuso eliminar dos o tres columnas.
La Tribuna de Albacete (21/12/2015)