Quienes ponen al gobierno en
el centro del sistema económico,
dudo que hayan leído a Keynes
En 1971, para
justificar el primer presupuesto deficitario de un gobierno republicano, Nixon afirmó:
“Es que ahora todos somos keynesianos”. La afirmación, referida a los
políticos, sigue siendo cierta. En años electorales, pocos se resisten a la
tentación de aumentar el gasto público y lanzar promesas incumplibles o
insostenibles. Los políticos entran en una carrera para ver quien creará más más millones de puestos de trabajo y más servicios públicos. Por supuesto, todos ellos serían gratuitos y la máxima calidad.
El
keynesianismo político se sustenta en una letanía de ideas económicas tan
peregrinas como peligrosas. “El mercado es nefasto; el gobierno, omnisciente
y omnipotente”. “La oferta (el aparato productivo) es irrelevante; la demanda
es lo único que importa”. “Aunque la sociedad nada ahorrara la inversión podría
financiarse eternamente con crédito”. “Centrémonos en el corto plazo; a largo
plazo todos estaremos muertos”.
Y digo yo. ¿Por
qué no forjar una gran coalición keynesiana para salir de la crisis? Conseguiría
muchos apoyos, aunque me temo que no el de Keynes. A pesar de los cantos de
sirena del Partido Laborista británico, el economista de Cambridge estuvo
siempre afiliado al Partido Liberal. Llamó la atención sobre los
problemas endémicos de la demanda en un sistema donde las posibilidades de
inversiones especulativas son cada vez mayores. Esto no significa que ignorara
la importancia del aparato productivo. Como buen liberal, Keynes lo confió al mercado, es decir a la iniciativa privada presionada por la
competencia. La nacionalización (publificación) elimina los incentivos para
producir al mínimo coste e innovar continuamente. “Público, barato y de
calidad”, es un triángulo que difícilmente va a cerrar, concluyen los liberales.
Cuando el navío está a punto
de hundirse sería ridículo que el capitán consolara a la tripulación recordando
que después de la tormenta las aguas volverán a la calma. Fue en este contexto
cuando Keynes afirmó: “A largo plazo, todos estaremos muertos”. La frase no
debe interpretarse como desinterés por la sostenibilidad económica a lo largo
del tiempo. Muy al contrario. Él enfatizó la importancia de un buen diseño
institucional para dar certidumbre al inversor, clave de la estabilidad
económica. A propósito, el empresario-inversor es el verdadero protagonista de Teoría General. Quienes ponen al
gobierno en el centro del sistema económico, dudo que hayan leído a Keynes.
La Tribuna de Albacete (13/04/2015)