Si lo contrario de la austeridad es el despilfarro,
no me importa que me llamen "austericida"
La mayoría
de nuestros políticos invocan hoy a Keynes para relacionar austeridad con “austericidio”.
Ahorrar y administrar los recursos
públicos con eficiencia les parece innecesario y contraproducente. El esfuerzo por controlar el gasto asumido por el Ayuntamiento de
Albacete, la Junta de Comunidades de Castilla – La Mancha, el Gobierno de
España y muchas otras instituciones públicas sería poco menos que un delito.
Keynes puso
sobre tapete unas cuantas paradojas económicas. El equilibrio económico
requiere que toda la renta se gaste. Cuando la inversión privada se contrae la
inversión pública puede y debe compensar para evitar la caída de la producción
y el empleo. Estas inversiones lograrán autofinanciarse si, a través del mecanismo del multiplicador, hacen
crecer la renta y el ahorro.
Todo esto lo dijo Keynes y me parece correcto.
Pero no hemos de olvidar las condiciones para que funcione el multiplicador del
gasto público financiado con deuda. La propensión al ahorro de la sociedad no puede ser insignificante, de lo contrario se requeriría una eternidad para conseguir los ansiados efectos. Las empresas han de ser eficientes, de lo contrario el consumo inducido se materializaría en el extranjero. Las administraciones públicas han de partir de una situación financiera saneada, de lo contrario la prima de riesgo les impediría financiar el déficit.
Si he
interpretado bien a Keynes (y llevo muchos años estudiándolo) sólo la UE y el
BC europeo están en condiciones de realizar una política fiscal contracíclica
en Europa. ¡Lástima que en el 2008 no estuvieran a la altura de las
circunstancias! La preocupación primordial de los gobiernos de Albacete, Toledo
y Madrid es más simple: prestar eficientemente los pocos o muchos servicios públicos
que tienen encomendados. Si multiplicamos los servicios públicos y no buscamos la manera
más barata de prestarlos, generaremos unas instituciones financieramente
insostenibles. En lugar de ayudar a la
sociedad actuarán como una pesada carga. Esto vale tanto para las épocas de
crisis como las de prosperidad.
Lo peor de la
medicina keynesiana es que engancha. Las economías capitalistas se vuelven
estado-dependientes y crédito-dependientes. Los más adictos son los propios
gobernantes que ahora tienen argumentos para justificar lo que siempre han
deseado: gastar más y más para comprar algunos votos. Es como si a un niño con
tendencia al sobrepeso y la caries le ponen en la mochila aquella mermelada que
su prudente madre escondía en la estantería más alta. Le aseguran que a partir de ahora la
mermelada alimenta más que las lentejas y ayuda a crecer. Y le sugieren que nunca más escuche a personas prudentes, sobre todos si son de la familia.
Si lo
contrario de la austeridad es el despilfarro, no me importa que me llamen
“austericida”.
La Tribuna de Albacete (20/04/2015)