Mientras no cambiemos de "chip"
en vano seguiremos deseándonos "feliz año nuevo"
¡Feliz año!
Este es la frase que más se repite durante las fiestas navideñas. El ansia de
felicidad ha quedado inscrita en el ADN del ser humano con independencia de sus
coordenadas históricas y geográficas. Pero, ¿en qué consiste la felicidad y
cómo se consigue? Jesucristo, cuyo 2015 aniversario celebramos estos días, dio
unas pautas sorprendentes que Mateo resumió en ocho bienaventuranzas.
En el sermón
de la montaña se llama bienaventurados a quienes trabajan por la paz, justicia,
bondad y verdad. La novedad no radica tanto en señalar las metas-valores como en desvelar los caminos-virtudes. Para alcanzar una felicidad profunda y facilitar la convivencia
social, cada uno de nosotros habrá de esforzarse por ser pacífico, justo, misericordioso
y “limpio de corazón”. La humildad y la pobreza también ayudan. A la humildad se
refiere la primera bienaventuranza: “bienaventurados los pobres de espíritu”.
Lucas habla de “pobres”, en general, y lamenta la suerte de esos ricos que sin
esfuerzo logran satisfacer todos sus caprichos.
La
perseverancia en el bien, superando los vientos que soplan de fuera y de
dentro, constituye el broche de oro. ¿Qué pasa si mis compañeros, en lugar de agradecer mi
compromiso por la paz y la justicia, me ignoran, desprecian o incluso me persiguen?
¿Y qué pasa cuando cansado de sembrar y sembrar me desanimo hasta las lágrimas?
Si somos capaces de perseverar en esas condiciones, seremos doblemente
bienaventurados, nos garantiza Jesús. Porque la felicidad es fruto del amor y
el amor es tanto más auténtico cuanto más desinteresado sea.
Estamos en un
año electoral. ¿Se imaginan ustedes un líder político proponiendo las metas y
los caminos del sermón de la montaña? ¿Cuántos votos cosecharía quien nos
recordara que para regenerar la sociedad hemos de empezar por limpiar el patio
de nuestra propia casa? Pocos entenderían, siquiera, que es más feliz quien
antes perdona y hace las paces, quien reconoce con sencillez la posibilidad de
estar equivocado y quien no funda su felicidad en acumular poder y dinero. Con
independencia del atractivo político de las bienaventuranzas, hemos de ser
conscientes de la sabiduría humana que encierran. Me temo que, mientras no
cambiemos de chip, en vano seguiremos deseándonos “feliz año nuevo”.
La Tribuna de Albacete (29/12/2014)