lunes, 5 de enero de 2015

Feliz año... por el camino de las bienaventuranzas

Mientras no cambiemos de "chip" 
en vano seguiremos deseándonos "feliz año nuevo"

¡Feliz año! Este es la frase que más se repite durante las fiestas navideñas. El ansia de felicidad ha quedado inscrita en el ADN del ser humano con independencia de sus coordenadas históricas y geográficas. Pero, ¿en qué consiste la felicidad y cómo se consigue? Jesucristo, cuyo 2015 aniversario celebramos estos días, dio unas pautas sorprendentes que Mateo resumió en ocho bienaventuranzas.
En el sermón de la montaña se llama bienaventurados a quienes trabajan por la paz, justicia, bondad y verdad. La novedad no radica tanto en señalar las metas-valores como en desvelar los caminos-virtudes. Para alcanzar una felicidad profunda y facilitar la convivencia social, cada uno de nosotros habrá de esforzarse por ser pacífico, justo, misericordioso y “limpio de corazón”. La humildad y la pobreza también ayudan. A la humildad se refiere la primera bienaventuranza: “bienaventurados los pobres de espíritu”. Lucas habla de “pobres”, en general, y lamenta la suerte de esos ricos que sin esfuerzo logran satisfacer todos sus caprichos. 
La perseverancia en el bien, superando los vientos que soplan de fuera y de dentro, constituye el broche de oro. ¿Qué pasa si mis compañeros, en lugar de agradecer mi compromiso por la paz y la justicia, me ignoran, desprecian o incluso me persiguen? ¿Y qué pasa cuando cansado de sembrar y sembrar me desanimo hasta las lágrimas? Si somos capaces de perseverar en esas condiciones, seremos doblemente bienaventurados, nos garantiza Jesús. Porque la felicidad es fruto del amor y el amor es tanto más auténtico cuanto más desinteresado sea.
Estamos en un año electoral. ¿Se imaginan ustedes un líder político proponiendo las metas y los caminos del sermón de la montaña? ¿Cuántos votos cosecharía quien nos recordara que para regenerar la sociedad hemos de empezar por limpiar el patio de nuestra propia casa? Pocos entenderían, siquiera, que es más feliz quien antes perdona y hace las paces, quien reconoce con sencillez la posibilidad de estar equivocado y quien no funda su felicidad en acumular poder y dinero. Con independencia del atractivo político de las bienaventuranzas, hemos de ser conscientes de la sabiduría humana que encierran. Me temo que, mientras no cambiemos de chip, en vano seguiremos deseándonos “feliz año nuevo”.

 La Tribuna de Albacete (29/12/2014)