No digas que el Sr. X es corrupto, demuéstralo o calla
Los trágicos
sucesos acaecidos en la redacción del seminario parisino Charlie han puesto
sobre el tapete el conflicto entre el derecho a la libertad de expresión y el
derecho al honor, la intimidad y el respeto que incluye el respeto a las creencias colectivas. Viejo conflicto que cada
generación deberá repensar al compás de los cambios en la tecnología de
comunicación de ideas y en las propias ideas.
En mi
opinión, la libertad de expresión ha de ser la regla general. Limitaciones las imprescindibles.
Yo las reduciría a dos: calumnias y expresiones que inciten a la violencia, la
discriminación u otros ataques directos
a los derechos fundamentales. Y calumnias. Eso sí, los juicios por difamaciones
falsas debieran ser rápidos y con unas multas tan contundentes que la calumnia dejara
de ser un deporte nacional.
Estoy
hablando de límites legales. La ética y el sentido común imponen restricciones
adicionales a la libertad de expresión. La primera, no provocar. El provocador
no debe esperar cárcel o multa, pero tampoco puede descartar la respuesta
airada de aquellas víctimas que se rigen por la ley del talión. Recuerdo que
“el ojo por ojo y diente por diente” fue una contribución importante a la
moderación. El difamado en una revista podrá responder con la pluma, no con
bombas. Si se le escapa un puñetazo, el difamado podrá ir a la cárcel y el difamador
al hospital. Cuantas menos personas en cárceles y hospitales, mejor.
La
coherencia es otra actitud que nos impone la condición de animales racionales. Charlie
Hebdo está en su derecho criticar al islam o al cristianismo. Lleva muchos años
haciéndolo hasta límites que rayan el escarnio y rebosan de mal gusto. ¿Pero
qué pasaría si se le ocurriera criticar alguno de los dogmas de la ideología de
género, la nueva religión oficial? Me temo que al día siguiente pasaría al
catálogo de revistas proscritas y sus líderes quedarían vetados para cualquier
cargo público. Este tipo de incoherencias son las que soliviantan a cualquier
persona sensata y desacreditan a Occidente.
Menos estado
y más sociedad civil. Grupos de todo tipo, y sin necesidad de coordinarse, deberían denunciar tanto los actos terroristas como las publicaciones
y espectáculos provocadores y de mal gusto. Confío que algunos de ellos serán
capaces de crear otras revistas más serias y que, cuando de chistes vaya la
cosa, sabrán sorprender con el humor más inteligente y amigable. Lo leí en el
manual de estilo de una revista: “No digas que el Sr. X es un corrupto;
demuéstralo o calla”.
La Tribuna de Albacete (19/01/2015)