lunes, 19 de enero de 2015

Conflicito de derechos y libertades

No digas que el Sr. X es corrupto, demuéstralo o calla 

Los trágicos sucesos acaecidos en la redacción del seminario parisino Charlie han puesto sobre el tapete el conflicto entre el derecho a la libertad de expresión y el derecho al honor, la intimidad y  el respeto que incluye el respeto a las creencias colectivas. Viejo conflicto que cada generación deberá repensar al compás de los cambios en la tecnología de comunicación de ideas y en las propias ideas.
En mi opinión, la libertad de expresión ha de ser la regla general. Limitaciones las imprescindibles. Yo las reduciría a dos: calumnias y expresiones que inciten a la violencia, la discriminación u otros ataques directos a los derechos fundamentales. Y calumnias. Eso sí, los juicios por difamaciones falsas debieran ser rápidos y con unas multas tan contundentes que la calumnia dejara de ser un deporte nacional.
Estoy hablando de límites legales. La ética y el sentido común imponen restricciones adicionales a la libertad de expresión. La primera, no provocar. El provocador no debe esperar cárcel o multa, pero tampoco puede descartar la respuesta airada de aquellas víctimas que se rigen por la ley del talión. Recuerdo que “el ojo por ojo y diente por diente” fue una contribución importante a la moderación. El difamado en una revista podrá responder con la pluma, no con bombas. Si se le escapa un puñetazo, el difamado podrá ir a la cárcel y el difamador al hospital. Cuantas menos personas en cárceles y hospitales, mejor.
La coherencia es otra actitud que nos impone la condición de animales racionales. Charlie Hebdo está en su derecho criticar al islam o al cristianismo. Lleva muchos años haciéndolo hasta límites que rayan el escarnio y rebosan de mal gusto. ¿Pero qué pasaría si se le ocurriera criticar alguno de los dogmas de la ideología de género, la nueva religión oficial? Me temo que al día siguiente pasaría al catálogo de revistas proscritas y sus líderes quedarían vetados para cualquier cargo público. Este tipo de incoherencias son las que soliviantan a cualquier persona sensata y desacreditan a Occidente.
Menos estado y más sociedad civil. Grupos de todo tipo, y sin necesidad de coordinarse, deberían denunciar tanto los actos terroristas como las publicaciones y espectáculos provocadores y de mal gusto. Confío que algunos de ellos serán capaces de crear otras revistas más serias y que, cuando de chistes vaya la cosa, sabrán sorprender con el humor más inteligente y amigable. Lo leí en el manual de estilo de una revista: “No digas que el Sr. X es un corrupto; demuéstralo o calla”.

La Tribuna de Albacete (19/01/2015)