“El bandido
ha huido de la isla de Elba”. “El usurpador ha llegado a Grenoble”. “El General
entra en Lyon”. “El emperador es aclamado en París”. Con estos titulares
describía un diario oficial francés (Le
Moniteur) el ascenso de Napoleón,
desterrado en la Isla de Elba, hasta el Eliseo donde volvió a recibir los
honores de emperador. Unos meses antes (hace exactamente trescientos años) los
titulares de Le Moniteur habían
descrito un proceso similar pero descendente. En pocas semanas Napoleón había
pasado de ser el mejor emperador de la historia al más vulgar de los bandidos;
por eso le desterraron a Elba.
Las
habladurías de estos días a propósito de la abdicación del rey Juan Carlos I
refrescaron las imágenes de Napoleón y me hicieron comprender la fugacidad de
la fama. Me preocupa, sobremanera, lo fácil que resulta manipularla desde
arriba. Yo que he vivido bajo su reinado puedo certificar como pasó de ser el
tonto de los chistes al mejor monarca de la historia. Las vicisitudes que arruinaron
su fama en los últimos años no son muy diferentes a las del resto de los
mortales: faldas, dinero, caprichos; la diferencia parece estar en el tamaño. Cambian
las costumbres, pero no la moral, afortunadamente. Antes y ahora podemos
sospechar que estamos haciendo algo inmoral si necesitamos escondernos.
Unas
palabras al futuro rey Felipe VI, por si le queda tiempo de leer La Tribuna de
Albacete. Hay que ser bueno y aparentarlo. No pierda el tiempo, sin embargo, examinando
las encuestas de popularidad; son más caprichosas y manipulables que las
cotizaciones de la Bolsa. Cierre sus oídos a los insultos de los republicanos
rabiosos y a las adulaciones de los monárquicos recalcitrantes. Ábralos a las
críticas de los amigos, empezando por Dña Leticia. Por encima de todo, escuche
a su conciencia; en el juicio final ella dictará sentencia. Pregúntele todos
los días qué alternativa será más beneficiosa para España en el corto, medio y
largo plazo. Aquí radica la ventaja más importante de la monarquía sobre la república:
el Monarca puede superar la tentación del cortoplacismo más fácilmente que un Presidente que ha de pasar por las urnas
cada cuatro años.
La Tribuna de Albacete 9/06/2014