miércoles, 11 de septiembre de 2013

Robert Schuman, constructor de la paz europea

Solo queda por pedir que la misión de paz, inscrita en el ADN 
de la UE, continúe animando su actividad

La semana pasada se celebró el cincuenta aniversario de la muerte de Robert Schuman. No el músico alemán, que acaba en dos enes, sino el padre (uno de los padres) de la Unión Europea. Su biografía parecía predestinarle a una misión europeísta. Nació en Luxemburgo, de madre luxemburguesa y padre francés, obligado a nacionalizarse como alemán. Fue educado en Alemania y durante cuarenta años representó en la Asamblea francesa al Departamento de Mosela. Mosela está situada en Lorena, una región que junto con Alsacia y Sarre, han sido moneda de cambio en todos los conflictos bélicos entre Alemania y Francia. Sabía Schuman lo qué era vivir entre dos fuegos.
Su carácter reservado parecía inhabilitarle para la política. Desde luego, esta opción no pasaba por la mente del joven Schuman cuyas únicas dudas eran ejercer como abogado o ingresar en un convento. Su reputación profesional y su carácter conciliador animaron a sus vecinos de Mosela a ofrecerle un acta de diputado. Tanto insistieron que al final Schuman entendió que sus anhelos de paz  podían encauzarse a través de la política. Eso sí, lo haría siempre con criterios evangélicos: “No he venido a ser servido sino a servir”.  Su trabajo de hormiga (tan tenaz y eficiente como discreto) llamó la atención del Presidente francés, el General Charles De Gaulle. Obligado a rehacer continuamente el Gobierno en la convulsa IV República francesa, De Gaulle confió a Schuman cargos tan importantes como los ministerios de Finanzas, Exteriores y Justicia. Entenderse con una persona tan altiva como De Gaulle, no debíó ser fácil. Schuman se lo ganó desviando los aplausos para el General.
Siendo Ministro de Exteriores entró en contacto con Alcide de Gasperi, su colega italiano, y Konrad Adenauer, presidente de la República Federal de Alemania. A los tres les unía una misma fe cristiana. Debía ser profunda y comprometida pues tanto Schuman como de Gasperi están en proceso de beatificación. La fe les sirvió como luz y motor de transformación social. Crear las condiciones para una paz duradera en Europa fue su compromiso vital.
La tarea no era fácil, ni siquiera sobre el papel. Las heridas de la II Guerra Mundial todavía supuraban. Las semillas de la paz habían de ser esparcidas despacio y entre todos. Ante todo había que borrar las diferencias entre vencedores ni vencidos, para no repetir los errores del Tratado de Versalles (1919). A continuación se crearía una comunidad de intereses económicos tan fuerte que todos se sintieran parte de un mismo proyecto, tripulantes de la misma embarcación. Los ciudadanos europeos habían de convencerse, por su experiencia diaria, que cualquier guerra (ya fuera con bombas de las que matan o con aranceles comerciales) sólo podía menoscabar su bienestar personal y colectivo.
El 9 de Mayo de 1950 Schuman expuso estas ideas en el Salón del Reloj de Versalles. Su declaración se abrió con estas palabras: "La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan. El primer paso consistiría en crear la Comunidad Económica del Carbón y el Acero (CECA). Las minas e industrias del carbón y el acero, que tantos conflictos habían desencadenado en los dos últimos siglos, pasarían a ser administradas por una organización autónoma y supraestatal. Lo imposible ya era realidad: una institución supranacional, que en el ámbito de sus competencias, se situaba por encima de los estados. Pronto se apreciaron las ventajas del libre comercio, y seis países firmaron en 1957 el tratado de Roma, germen de la Comunidad Económica Europea (CEE). En 1993 la CEE se transformó en la Unión Europea (UE) que hoy agrupa a 28 países, 17 de los cuales comparten una misma moneda desde el año 2002.
                Tras su jubilación, Schuman se retiró a su casa de campo en Scy-Chazelles y vivió en el más discreto anonimato. Los medios de comunicación apenas acusaron recibo de su muerte. Al funeral sólo asistió un representante del Gobierno francés. Nadie le propuso, en vida, como candidato al Nobel de la Paz. Pero en 2012 este galardón fue concedido a la UE. ¡No puede haber mejor reconocimiento para un padre! Solo queda por pedir que la misión de paz, inscrita en el ADN de la UE, continúe animando su actividad.

La Tribuna de Albacete (11/09/2013)