Solo queda por pedir que la misión
de paz, inscrita en el ADN
de la UE, continúe animando su actividad
La semana pasada se celebró el cincuenta aniversario de la muerte de Robert
Schuman. No el músico alemán, que acaba en dos enes, sino el padre (uno de los
padres) de la Unión Europea. Su biografía parecía predestinarle a una misión europeísta.
Nació en Luxemburgo, de madre luxemburguesa y padre francés, obligado a
nacionalizarse como alemán. Fue educado en Alemania y durante cuarenta años representó
en la Asamblea francesa al Departamento de Mosela. Mosela está situada en Lorena,
una región que junto con Alsacia y Sarre, han sido moneda de cambio en todos
los conflictos bélicos entre Alemania y Francia. Sabía Schuman lo qué era vivir
entre dos fuegos.
Su carácter reservado parecía inhabilitarle para la política. Desde luego,
esta opción no pasaba por la mente del joven Schuman cuyas únicas dudas eran ejercer
como abogado o ingresar en un convento. Su reputación profesional y su carácter
conciliador animaron a sus vecinos de Mosela a ofrecerle un acta de diputado. Tanto
insistieron que al final Schuman entendió que sus anhelos de paz podían encauzarse a través de la política. Eso sí, lo haría siempre con
criterios evangélicos: “No he venido a ser servido sino a servir”. Su trabajo de hormiga (tan tenaz y eficiente
como discreto) llamó la atención del Presidente francés, el General Charles De
Gaulle. Obligado a rehacer continuamente el Gobierno en la convulsa IV
República francesa, De Gaulle confió a Schuman cargos tan importantes como los
ministerios de Finanzas, Exteriores y Justicia. Entenderse con una persona tan
altiva como De Gaulle, no debíó ser fácil. Schuman se lo ganó desviando los
aplausos para el General.
Siendo Ministro de Exteriores entró en contacto con Alcide de Gasperi, su
colega italiano, y Konrad Adenauer, presidente de la República Federal de
Alemania. A los tres les unía una misma fe cristiana. Debía ser profunda y comprometida pues tanto Schuman como de Gasperi están en proceso de beatificación. La fe les sirvió como luz y motor de transformación social. Crear las condiciones
para una paz duradera en Europa fue su compromiso vital.
La tarea no era fácil, ni siquiera sobre el papel. Las heridas de la II
Guerra Mundial todavía supuraban. Las semillas de la paz habían de ser
esparcidas despacio y entre todos. Ante todo había que borrar las diferencias
entre vencedores ni vencidos, para no repetir los errores del Tratado de
Versalles (1919). A continuación se crearía una comunidad de intereses
económicos tan fuerte que todos se sintieran parte de un mismo proyecto, tripulantes
de la misma embarcación. Los ciudadanos europeos habían de convencerse, por su
experiencia diaria, que cualquier guerra (ya fuera con bombas de las que matan
o con aranceles comerciales) sólo podía menoscabar su bienestar personal y
colectivo.
El 9 de Mayo de 1950 Schuman expuso estas ideas en el Salón del Reloj de Versalles. Su declaración se abrió con estas palabras: "La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan. El primer paso consistiría en crear la Comunidad Económica del Carbón y el Acero (CECA). Las minas e industrias
del carbón y el acero, que tantos conflictos habían desencadenado en los dos
últimos siglos, pasarían a ser administradas por una organización autónoma y
supraestatal. Lo imposible ya era realidad: una institución supranacional, que
en el ámbito de sus competencias, se situaba por encima de los estados. Pronto
se apreciaron las ventajas del libre comercio, y seis países firmaron en 1957
el tratado de Roma, germen de la Comunidad Económica Europea (CEE). En 1993 la
CEE se transformó en la Unión Europea (UE) que hoy agrupa a 28 países, 17 de
los cuales comparten una misma moneda desde el año 2002.
Tras su jubilación,
Schuman se retiró a su casa de campo en Scy-Chazelles y vivió en el más
discreto anonimato. Los medios de comunicación apenas acusaron recibo de su
muerte. Al funeral sólo asistió un representante del Gobierno francés. Nadie le
propuso, en vida, como candidato al Nobel de la Paz. Pero en 2012 este galardón
fue concedido a la UE. ¡No puede haber mejor reconocimiento para un padre! Solo
queda por pedir que la misión de paz, inscrita en el ADN de la UE, continúe
animando su actividad.
La Tribuna de Albacete (11/09/2013)