"Este sentido ético aparece hoy como un desafío histórico
sin precedentes, tenemos que buscarlo,
tenemos que
inserirlo en la misma sociedad”
Interrumpí esta columna a finales de julio. Tras tirar de hemeroteca, dos
noticias captan mi atención. Por una parte las palabras de paz del Papa
Francisco en Río de Janeiro dirigidas a los dos millones de jóvenes que le
acompañaron, amén de los dirigentes religiosos y políticos que se sumaron a la
fiesta. Por otra, los tambores de guerra
en Damasco, cada día se oyen con más fuerza. ¿Podrán aquellas palabras acallar
estos tambores?
En el Teatro Municipal de Río de
Janeiro, el Papa dijo a la clase dirigente brasileña: “Cuando los líderes de
los diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta siempre es la misma:
Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una persona, una familia, una
sociedad, crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance es la
cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que
aportar, y todos pueden recibir algo bueno en cambio (…) Esta actitud abierta,
disponible y sin prejuicios, yo la definiría como humildad social que es la que
favorece el diálogo”.
Todos los manuales de política
hablan de diálogo. Dudo que alguno hable de “diálogo humilde”. ¿Se habrá
sentado alguna vez el Presidente sirio, Bashar al Asad, a dialogar con las
fuerzas rebeldes? ¿Y qué decir de la determinación de guerra asumida por el Premio
Nobel de la Paz, Barak Obama, tras dialogar consigo mismo durante media hora en
los jardines de la Casa Blanca? El pretexto para la guerra: unos supuestos
gases mortíferos que los expertos de la ONU todavía no saben si fueron tales ni
quién los lanzó. Menos mal que el precedente de David Cameron, de consultar al
Parlamento, le ha parado los pies. Sea cual sea la decisión del Congreso de los
EE.UU., es evidente que este tipo de estrategias nada tiene que ver con el
diálogo abierto, constructivo y humilde al que invita el Papa Francisco.
El problema de fondo es que no
se dan las condiciones que hacen posible y fecundo el diálogo. A saber: la búsqueda
responsable de la verdad y del bien común por parte de los políticos que nos
representan y dirigen. “Es propio de la dirigencia –continúa el Papa– elegir la
más justa de las opciones después de haberlas considerado, a partir de la
propia responsabilidad y el interés del bien común; por este camino se va al
centro de los males de la sociedad para superarlos con la audacia de acciones
valientes y libres. Es nuestra responsabilidad, aunque siempre sea limitada, esa
comprensión de la totalidad de la realidad observando, sopesando, valorando,
para tomar decisiones en el momento presente, pero extendiendo la mirada hacia
el futuro, reflexionando sobre las consecuencias de las decisiones. Quien actúa
responsablemente pone la propia actividad ante los derechos de los demás y ante
el juicio de Dios. Este sentido ético aparece hoy como un desafío histórico sin
precedentes, tenemos que buscarlo, tenemos que inserirlo en la misma sociedad.
Además de la racionalidad científica y técnica, en la situación actual se
impone la vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente
solidaria”.
No descubro nada nuevo afirmar que
nuestros políticos adolecen de un partidismo y un “cortoplacismo” exagerado. El mal está
ciertamente generalizado, pero resulta más vistoso y detestable cuando asoma en
personas que juraron solemnemente defender el interés público por encima de sus
propios intereses y los del partido que les alimenta. Me temo que la única
preocupación de Al Asad es eliminar a los disidentes para mantenerse en el
poder. Y que en los cálculos de Obama lo que más pesa es el impacto de una
guerra sobre la opinión pública. Por desgracia, tanto los líderes demócratas
como los republicanos estadounidenses saben que una declaración de guerra a su
debido tiempo multiplica los votos.
A algunos las palabras del Papa
Francisco en Río de Janeiro le parecerán ilusorias. Podemos estar seguros, sin
embargo, que nos espera una guerra detrás de otra si no encontramos el tipo de
instituciones que favorezca la responsabilidad ética y el diálogo, en un
horizonte que va más allá de las próximas elecciones.
La Tribuna de Albacete (4/09/2013)