miércoles, 10 de abril de 2013

Falacias en torno a la droga

La bandera pro-droga ha conseguido unir a los libertinos de extrema izquierda con los neo-liberales de extrema derecha


La droga implica una disminución de la consciencia y conciencia de quien la consume.  La pérdida de estas dos facultades supone un atentado frontal contra la dignidad de la persona humana y convierte en inmoral el consumo de droga. Lo es ya desde la primera dosis pues el objetivo del drogadicto no es otro que el desinhibirse, dejando de ser uno mismo. La producción, tráfico y consumo de droga debieran ser declarados ilegales por los daños que inflige a terceras personas y el riesgo de desnaturalizar la convivencia social. ¿O hay alguien que desee una sociedad de zombis?
Estos son los argumentos de base que presentamos la semana pasada contra la legalización de la droga. Soy consciente de que los poderes fácticos del planeta están orquestando una campaña  en favor de la legalización. Yo no tengo fuerzas para luchar contra estos poderes políticos, económicos y culturales, pero sí para desmontar las falacias de sus argumentos. 
Ante todo hemos de denunciar el timo/trampa de la gradualidad. Hoy se pide la legalización de la marihuana alegando que se trata de regular correctamente conductas ya extendidas. Mañana se pedirá legalizar la cocaína a la que se habrán pasado muchas personas insatisfechas por las drogas blandas. Pasado mañana tocará el turno a la heroína… No menos hipócrita me parece la pretensión de legalizar el consumo de droga al tiempo que se prohíbe su producción. Quien lo consiguiera merecería el premio Nobel de economía.
La defensa de la legalización se plantea hoy en unos términos muy prácticos, por no decir banales. “Ya llevamos demasiados años y dólares gastados en la lucha contra la droga. Lo único que hemos conseguido ha sido crear peligrosas mafias de narcotraficantes que venden estupefacientes adulterados a precios desorbitados. La legalización del consumo de drogas –concluyen– eliminará todos estos riesgos al tiempo que liberará recursos públicos”.
Estos argumentos de criminología (encaminados a la reducción de la delincuencia) no resisten un contraste elemental. ¿Qué responderíamos a quien propusiera despenalizar el robo porque después de tantos años persiguiendo a los ladrones, el pillaje no ha desaparecido? El robo debe ser considerado ilegal porque atenta contra un derecho fundamental, perjudica a terceros y crea un clima de inseguridad nocivo para la convivencia social. Los mismos argumentos son de aplicación para ilegalizar la droga.  
 Tampoco resultan creíbles las pretendidas ventajas sanitarias. En base a unos datos incompletos y fácilmente manipulables, nos quieren hacer creer que las aguas volverán a su curso con la legalización de la droga. “Serán menos los que se droguen y lo harán en sus casas, sin peligro para terceros ni para sí mismos, pues los estupefacientes serán de mayor calidad”. A nadie se le escapa que una droga barata y al alcance de la mano, multiplicará la adicción. El drogadicto reclamará cada vez más droga y una droga cada vez más fuerte. El resultado inevitable es la muerte psicológica, cuando no física. Si a eso le llaman salud pública, ¿qué será la enfermedad?
Los hechos anteriores desmontan los argumentos económicos en favor de la legalización. Es cierto que la lucha antidroga absorbe hoy muchos recursos públicos. Más gastaríamos, sin embargo, en curar a un número creciente de drogadictos y enmendar los daños causados bajo los efectos de la droga. 
Una última observación que no deja de ser inquietante. La bandera pro-droga ha conseguido unir a los libertinos de extrema izquierda con los neo-liberales de la extrema derecha. Los primeros, tan proclives a regularlo todo desde arriba, introducen aquí una excepción que sólo se explica por el deseo de arañar un puñado más de votos entre los siervos del dios-placer. No ven (o no quieren ver) que la Declaración Universal de Derechos Humanos obliga a las mayorías parlamentarias a respetar unos derechos fundamentales que emanan de la dignidad de la persona humana. Por su parte, los neo-liberales de siempre, generalmente a la derecha del espectro político, son incapaces de ver que también la libertad individual debe respetar la dignidad del ser humano. Nadie es libre para matar o dañar a terceros; tampoco para matarse o anular su consciencia y conciencia. La sociedad no puede evitar que uno se suicide, pero sí que lo haga con un arma que causa estragos en todo lo que toca. Esa arma de destrucción masiva se llama droga.


La Tribuna de Albacete (10/04/2013)