miércoles, 9 de enero de 2013

Recibir o conquistar

¿Cuál es el papel de la voluntad en el conocimiento? 
-Aceptar lo que se nos da


¿Puede ser que Hitler esté en el cielo? Un grupo de teólogos que defendía la primacía de la conciencia subjetiva respondió: “Sí, siempre que el Führer obrara en conciencia, convencido de que aquello era lo mejor para su país”. Un joven teólogo alemán que presenciaba aquella discusión concluyó para sus adentros: “Algo no funciona en esta filosofía subjetivista que se ha colado hasta en la mismísima teología”. El nombre del joven era Joseph Ratzinger.
Con esta anécdota abrió su intervención en la primera jornada Universitas sobre “Ciencia, Razón y Fe”, Sara Gallardo, profesora en la Universidad Católica de Ávila y en San Dámaso. El título de su conferencia fue: “Recibir o conquistar: el papel de la voluntad en el conocimiento”. Explicó que en cualquier proceso de conocimiento (científico, filosófico o vulgar) nunca partimos de cero. Aceptamos unos datos y unas teorías por su aparente razonabilidad y porque nos fiamos del saber y buena voluntad de los transmisores. Aceptar lo que se nos da es, precisamente, el papel de la voluntad en el conocimiento.  Una función similar cumple la fe en el ámbito del conocimiento de realidades que nos trascienden pero que existen y pueden ayudarnos a encontrar el sentido profundo de la vida humana.
Para llegar al fondo del asunto, Sara Gallardo se remontó a la célebre distinción kantiana de autonomía y heteronomía. Son muchos los filósofos que han presentado la dualidad como un dilema que nos obliga a escoger entre la moral de conciencia y la moral de autoridad; entre el conocimiento autónomo que derivan de las pruebas del laboratorio o de la elucubración filosófica subjetiva y el conocimiento heterónomo impuesto desde fuera por la tradición, la Iglesia o cualquier otra autoridad. Estas personas no conciben la verdad como algo que libera, sino como algo de lo que debiéramos ser liberados pues restringe nuestra libertad. Afortunadamente se trata de una confrontación falaz. Nadie está obligado (ni legitimado) a sacrificar la reflexión personal para buscar la verdad objetiva, o viceversa. Quien así lo hiciera y predicara estaría contradiciendo el proceso habitual del conocimiento. Del conocimiento religioso, ciertamente; pero también del científico, el filosófico y el vulgar.  
Los avances de la ciencia y de la técnica alejan cualquier sospecha sobre la idoneidad del método positivista basado en la formulación de unas hipótesis susceptibles de ser contrastadas mediante experimentos y formalizadas en términos matemáticos o estadísticos. Ahora bien, la ciencia degenera en un cientificismo pueril y empequeñecedor cuando tacha de irracionales otras formas de conocimiento. Los científicos han de ser conscientes de que su metodología positivista sólo sirve para estudiar fenómenos naturales que obedecen a leyes físicas de carácter determinista. Los fenómenos más importantes de nuestra vida, donde intervienen voluntades libres, escapan a la ciencia. Los científicos deben aceptar, en segundo lugar, que ellos no crean la realidad ni inventan las leyes naturales que la explican; bastante hacen con descubrirlas. Tampoco debieran despreciar la herencia recibida del pasado ni ignorar los estratos de “creencia” que permean los postulados de cualquier teoría científica.
Los filósofos, por su parte, resbalarán fácilmente si tratan de especular en el vacío, ignorando la existencia de la ley moral natural y sus implicaciones que unas veces aparecerán en forma de mandamientos y otras en forma de derechos humanos. Unos y otros no son un invento de los intelectuales o una creación de las mayorías parlamentarias. El mandamiento “no matarás” deriva de la ley natural a la que podemos llegar con nuestra razón. Pero esa prohibición continúa vinculándonos aunque se apruebe una ley que despenaliza el homicidio y aunque mi conciencia invente excusas para tranquilizarse. Lamentablemente, en el pensamiento débil o subjetivo que domina la filosofía contemporánea, el “no matar” parece significar “a mí me parece mal el homicidio”. De ahí a convertir el homicidio en un derecho apenas media una votación en el parlamento. Y de ahí al holocausto sólo hace falta un loco con manos libres y armas de destrucción masiva en sus manos.
En mi block de notas apunté la siguiente reflexión: recibir la ley natural con gratitud y responsabilidad es la mejor base para  conquistar nuevas cimas en el conocimiento científico y filosófico desde donde se pueda servir mejor a la persona y la sociedad.

La Tribuna de Albacete (9/01/2013)