¿Cuál es el papel de la voluntad en el conocimiento?
-Aceptar lo que se nos da
¿Puede ser
que Hitler esté en el cielo? Un grupo de teólogos que defendía la primacía de
la conciencia subjetiva respondió: “Sí, siempre que el Führer obrara en
conciencia, convencido de que aquello era lo mejor para su país”. Un joven
teólogo alemán que presenciaba aquella discusión concluyó para sus adentros: “Algo
no funciona en esta filosofía subjetivista que se ha colado hasta en la
mismísima teología”. El nombre del joven era Joseph Ratzinger.
Con esta anécdota
abrió su intervención en la primera jornada Universitas
sobre “Ciencia, Razón y Fe”, Sara Gallardo, profesora en la Universidad
Católica de Ávila y en San Dámaso. El título de su conferencia fue: “Recibir o
conquistar: el papel de la voluntad en el conocimiento”. Explicó que en
cualquier proceso de conocimiento (científico, filosófico o vulgar) nunca
partimos de cero. Aceptamos unos datos y unas teorías por su aparente
razonabilidad y porque nos fiamos del saber y buena voluntad de los
transmisores. Aceptar lo que se nos da es, precisamente, el papel de la voluntad
en el conocimiento. Una función similar cumple
la fe en el ámbito del conocimiento de realidades que nos trascienden pero que
existen y pueden ayudarnos a encontrar el sentido profundo de la vida humana.
Para llegar
al fondo del asunto, Sara Gallardo se remontó a la célebre distinción kantiana
de autonomía y heteronomía. Son muchos los filósofos que han presentado la
dualidad como un dilema que nos obliga a escoger entre la moral de conciencia y
la moral de autoridad; entre el conocimiento autónomo que derivan de las
pruebas del laboratorio o de la elucubración filosófica subjetiva y el
conocimiento heterónomo impuesto desde fuera por la tradición, la Iglesia o
cualquier otra autoridad. Estas personas no conciben la verdad como algo que
libera, sino como algo de lo que debiéramos ser liberados pues restringe
nuestra libertad. Afortunadamente se trata de una confrontación falaz. Nadie
está obligado (ni legitimado) a sacrificar la reflexión personal para buscar la
verdad objetiva, o viceversa. Quien así lo hiciera y predicara estaría
contradiciendo el proceso habitual del conocimiento. Del conocimiento religioso,
ciertamente; pero también del científico, el filosófico y el vulgar.
Los avances
de la ciencia y de la técnica alejan cualquier sospecha sobre la idoneidad del
método positivista basado en la formulación de unas hipótesis susceptibles de
ser contrastadas mediante experimentos y formalizadas en términos matemáticos o
estadísticos. Ahora bien, la ciencia degenera en un cientificismo pueril y
empequeñecedor cuando tacha de irracionales otras formas de conocimiento. Los
científicos han de ser conscientes de que su metodología positivista sólo sirve
para estudiar fenómenos naturales que obedecen a leyes físicas de carácter
determinista. Los fenómenos más importantes de nuestra vida, donde intervienen
voluntades libres, escapan a la ciencia. Los científicos deben aceptar, en
segundo lugar, que ellos no crean la realidad ni inventan las leyes naturales
que la explican; bastante hacen con descubrirlas. Tampoco debieran despreciar
la herencia recibida del pasado ni ignorar los estratos de “creencia” que permean
los postulados de cualquier teoría científica.
Los
filósofos, por su parte, resbalarán fácilmente si tratan de especular en el
vacío, ignorando la existencia de la ley moral natural y sus implicaciones que
unas veces aparecerán en forma de mandamientos y otras en forma de derechos
humanos. Unos y otros no son un invento de los intelectuales o una creación de
las mayorías parlamentarias. El mandamiento “no matarás” deriva de la ley
natural a la que podemos llegar con nuestra razón. Pero esa prohibición
continúa vinculándonos aunque se apruebe una ley que despenaliza el homicidio y
aunque mi conciencia invente excusas para tranquilizarse. Lamentablemente, en
el pensamiento débil o subjetivo que domina la filosofía contemporánea, el “no
matar” parece significar “a mí me parece mal el homicidio”. De ahí a convertir
el homicidio en un derecho apenas media una votación en el parlamento. Y de ahí
al holocausto sólo hace falta un loco con manos libres y armas de destrucción
masiva en sus manos.
En mi block de notas apunté la
siguiente reflexión: recibir la ley natural con gratitud y responsabilidad es
la mejor base para conquistar nuevas
cimas en el conocimiento científico y filosófico desde donde se pueda servir
mejor a la persona y la sociedad.
La Tribuna de Albacete (9/01/2013)