miércoles, 16 de enero de 2013

Del origen del universo al hombre

La presencia de un ser inteligente y libre, capaz de comunicarse eternamente con Dios, 
es lo único que justifica el enorme derroche que implica la creación de un universo finito


Con este artículo finalizo mis resúmenes-comentarios de las ponencias presentadas en la primera jornada Universitas sobre “Ciencia, razón y fe”. Hoy comentaré la conferencia del jesuita Dr. Manuel Carreira, eminente astrofísico que ha impartido docencia en las universidades de Washington, Cleveland y Comillas. El título de la misma fue: “Del origen del universo al hombre. Física, metafísica y teología de la creación y de la vida”.
Se trata de un tema clásico que en los últimos tiempos ha ganado actualidad en los EE.UU. por el enfrentamiento entre los partidarios del evolucionismo y del creacionismo. Los intelectuales acostumbrados a tocar fondo, pronto comprendieron que los últimos descubrimientos de la física y la biomedicina realzaban la imagen de un Dios creador y padre. El principio antrópico ha sido la expresión utilizada por los científicos para referirse a la necesidad de un ajuste externo, extremadamente fino, en momentos claves de la expansión y evolución. Pequeñas desviaciones de los parámetros hubieran dado lugar a otros universos donde la vida inteligente no hubiera sido posible. La conferencia del Padre Carreira se centró en tres momentos: (1) la creación de la materia a partir de la nada; (2) el salto de la materia inanimada a la vida; (3) el salto de la vida irracional a la vida inteligente y libre.
¿Qué era y de dónde sale la materia que origina la gran explosión (Big Bang)? Nada puede salir de la nada. Cualquier número multiplicado por cero es cero. Pero si ese cero se multiplica por infinito el resultado puede ser cualquier número. El infinito del que estamos hablando no puede ser más que Dios. Y el resultado de la operación es, precisamente, el que Dios buscaba.
¿De dónde nacen los primeros seres unicelulares dotados de un código genético (ADN) que ninguna reacción físico-química puede producir. Del “azar” responden los agnósticos. Pero el azar no es ninguna fuerza física ni puede ser causa de nada. Se trata de uno de los resultados posibles de una combinación de fuerzas que entran en interacción un número suficientemente elevado de veces. La probabilidad de que apareciera esa primera molécula con ADN en nuestro universo era simplemente nula, por más favorables que fueran las condiciones. Seguiría siendo nula si multiplicáramos por un trillón el tamaño y la antigüedad del universo. Para tener alguna probabilidad de que apareciera esa molécula los científicos agnósticos se ven obligados a asumir la existencia de infinitos universos, todos ellos estériles, con la excepción del nuestro. Ahora bien, nos dirá Lakatos, este tipo de “hipótesis puramente defensivas”, no son aceptables por la ciencia. Quienes edifican sobre ellas están construyendo ciencia-ficción. Mucho más sensato sería afirmar que sólo hay un universo, el que pisamos; y que afortunadamente ha sido diseñado por alguien omnisciente y omnipotente.

¿Cómo se da el salto de la vida a la vida humana, apareciendo seres con inteligencia y voluntad libre, seres deseosos y capaces de buscar la belleza, la verdad, y el bien? El mero acto de pensar y tomar decisiones escapa a las cuatro fuerzas que regulan el comportamiento de la materia, las únicas que los científicos pueden manejar en su esfuerzo por entender el “qué” de las cosas? Carreira-científico mencionó la fuerza gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil. Carreiras-filósofo defendió a los metafísicos que buscan el “porqué” de la vida humana y lanzan conjeturas sobre su forma de ser y de comportarse, libres del corsé de las cuatro fuerzas mencionadas. Los teólogos, por su parte, otean el “para qué”. Debe haber alguna razón para que Dios haya creado el universo y cuanto contiene. Resultaría ridículo pensar que lo ha creado para disfrutar viendo arder estrellas o lagartijas moviendo el rabo; y eso sólo durante un rato pues nadie duda que el universo tiene los días contados.  La presencia de un ser inteligente y libre, capaz de comunicarse eternamente con Dios, es lo único que justifica el enorme derroche que implica la creación de un universo finito. “El Universo está hecho para el ser humano y el ser humano está hecho para participar de una relación personal con el Creador”, concluyó Carreira - teólogo.



La Tribuna de Albacete (16/01/2013)