La presencia de un ser
inteligente y libre, capaz de comunicarse eternamente con Dios,
es lo único que
justifica el enorme derroche que implica la creación de un universo finito
Con este
artículo finalizo mis resúmenes-comentarios de las ponencias presentadas en la
primera jornada Universitas sobre
“Ciencia, razón y fe”. Hoy comentaré la conferencia del jesuita Dr. Manuel
Carreira, eminente astrofísico que ha impartido docencia en las universidades
de Washington, Cleveland y Comillas. El título de la misma fue: “Del origen del
universo al hombre. Física, metafísica y teología de la creación y de la vida”.
Se trata de
un tema clásico que en los últimos tiempos ha ganado actualidad en los EE.UU. por el enfrentamiento entre los partidarios del evolucionismo y del creacionismo. Los intelectuales
acostumbrados a tocar fondo, pronto comprendieron que los últimos
descubrimientos de la física y la biomedicina realzaban la imagen de un Dios
creador y padre. El principio antrópico ha
sido la expresión utilizada por los científicos para referirse a la necesidad
de un ajuste externo, extremadamente fino, en momentos claves de la expansión y
evolución. Pequeñas desviaciones de los parámetros hubieran dado lugar a otros
universos donde la vida inteligente no hubiera sido posible. La conferencia del
Padre Carreira se centró en tres momentos: (1) la creación de la materia a
partir de la nada; (2) el salto de la materia inanimada a la vida; (3) el salto
de la vida irracional a la vida inteligente y libre.
¿Qué era y
de dónde sale la materia que origina la gran explosión (Big Bang)? Nada puede salir de la nada. Cualquier número
multiplicado por cero es cero. Pero si ese cero se multiplica por infinito el
resultado puede ser cualquier número. El infinito del que estamos hablando no
puede ser más que Dios. Y el resultado de la operación es, precisamente, el que
Dios buscaba.
¿De dónde
nacen los primeros seres unicelulares dotados de un código genético (ADN) que
ninguna reacción físico-química puede producir. Del “azar” responden los agnósticos.
Pero el azar no es ninguna fuerza física ni puede ser causa de nada. Se trata
de uno de los resultados posibles de una combinación de fuerzas que entran en
interacción un número suficientemente elevado de veces. La probabilidad de que
apareciera esa primera molécula con ADN en nuestro universo era simplemente
nula, por más favorables que fueran las condiciones. Seguiría siendo nula si
multiplicáramos por un trillón el tamaño y la antigüedad del universo. Para tener
alguna probabilidad de que apareciera esa molécula los científicos agnósticos
se ven obligados a asumir la existencia de infinitos universos, todos ellos estériles,
con la excepción del nuestro. Ahora bien, nos dirá Lakatos, este tipo de “hipótesis
puramente defensivas”, no son aceptables por la ciencia. Quienes edifican sobre
ellas están construyendo ciencia-ficción. Mucho más sensato sería afirmar que sólo
hay un universo, el que pisamos; y que afortunadamente ha sido diseñado por
alguien omnisciente y omnipotente.
¿Cómo se da el salto de la
vida a la vida humana, apareciendo seres con inteligencia y voluntad libre,
seres deseosos y capaces de buscar la belleza, la verdad, y el bien? El mero
acto de pensar y tomar decisiones escapa a las cuatro fuerzas que regulan el comportamiento
de la materia, las únicas que los científicos pueden manejar en su esfuerzo por
entender el “qué” de las cosas? Carreira-científico mencionó la fuerza
gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil. Carreiras-filósofo
defendió a los metafísicos que buscan el “porqué” de la vida humana y lanzan
conjeturas sobre su forma de ser y de comportarse, libres del corsé de las cuatro
fuerzas mencionadas. Los teólogos, por su parte, otean el “para qué”. Debe
haber alguna razón para que Dios haya creado el universo y cuanto contiene. Resultaría
ridículo pensar que lo ha creado para disfrutar viendo arder estrellas o
lagartijas moviendo el rabo; y eso sólo durante un rato pues nadie duda que el
universo tiene los días contados. La
presencia de un ser inteligente y libre, capaz de comunicarse eternamente con
Dios, es lo único que justifica el enorme derroche que implica la creación de
un universo finito. “El Universo está hecho para el ser humano y el ser humano
está hecho para participar de una relación personal con el Creador”, concluyó Carreira
- teólogo.
La Tribuna de Albacete (16/01/2013)