Uno de nuestros mayores retos en el siglo XXI
consistirá en devolver al hombre la confianza en la razón
consistirá en devolver al hombre la confianza en la razón
¿Cómo murió
Galileo? Si hiciésemos esta pregunta a los transeúntes de nuestras calles la mayoría respondería que murió en la hoguera de
la Inquisición italiana tras descubrir que la tierra giraba alrededor del sol,
contradiciendo así la doctrina de la Iglesia. Es posible que los más eruditos recordaran, de paso, que por los mismos años los dominicos de Salamanca desaconsejaron el viaje de Colón, convencidos como
estaban de que la tierra era plana.
Con estos
ejemplos empezó su conferencia el Catedrático de Filosofía del Derecho en Sevilla Francisco José Contreras en el marco de Primeras
Jornadas Universitas sobre “ciencia, razón y fe”. Cualquier persona culta debiera saber, aclaró
el ponente, que Galileo murió en su cama muchos años después de su enfrenamiento
con un inquisidor rancio; por desgracia, también los había. Que la tierra era redonda y giraba alrededor
del sol ya lo habían dicho los griegos y lo había demostrado Copérnico un siglo
antes que Galileo, sin que molestara en absoluto a las autoridades eclesiales.
Los doctores de Salamanca, por su parte, se limitaron a advertir a Colón que había
infraestimado el perímetro de la Tierra.
En su
conferencia, tan erudita como clara, el catedrático de Filosofía de Derecho de
la Universidad de Sevilla trató de desmontar los prejuicios contra la Iglesia
Católica acerca de la relación ciencia y fe. Empezó reivindicando las
contribuciones de la Iglesia durante el Medioevo a la cultura y el progreso
científico. En la alta Edad media, gracias a los copistas y traductores de los
monasterios, se salvó el legado grecorromano. En la baja Edad Media, la Iglesia
creó las primeras universidades, una institución desconocida en Atenas y Roma y
que resultaría clave para el desarrollo cultural y científico.
Se nos ha
repetido hasta la saciedad que la ciencia fue concebida por el espíritu del
Renacimiento y la Ilustración, una vez sepultadas las reminiscencias del
cristianismo. Otro prejuicio. Durante la Edad Moderna la Iglesia aportó
brillantes pensadores y sentó las vías que permitirían la aceleración del
conocimiento. Rodney Stark ha investigado las creencias religiosas de los 52
grandes científicos del periodo 1543-1680. De ellos, sólo dos (Paracelso y
Halley) se definieron como escépticos. Dieciocho pueden considerarse “cristianos
convencionales”. Treinta y dos (más del 60%) se manifestaron “devotos”. Entre
ellos se encuentran Copérnico y Galileo, además de quince eclesiásticos. Su
creencia en un Dios que es la razón creadora (Logos) permitía intuir que el universo respondía a unas leyes
naturales capaces de ser aprehendidas por la razón y formuladas en ecuaciones
matemáticas. Fue el propio Galileo quien escribió: “Dios ha escrito el libro
del mundo en caracteres matemáticos”.
Kepler, Pascal, Newton, todos ellos fervientes cristianos, apostaron por
esta idea, que en aquel momento no pasaba de ser una intuición, … y ganaron.
Durante los
siglos XIX se acelera el desarrollo de la ciencia, al tiempo que se magnifican sus
aplicaciones técnicas. El sistema económico capitalista suministró los medios
financieros que el proyecto necesitaba. Es en esta época cuando buena parte de
los científicos repudia el complemento que suministraba la religión; a saber,
la visión trascendente del ser humano. La pérdida tuvo, y seguirá teniendo,
graves consecuencias. Faltando esa visión trascendente, la ciencia y la técnica
pueden volverse contra el propio hombre, como trágicamente ha ilustrado la
bomba atómica. Despreciando la existencia de esa verdad absoluta e inmutable
que es Dios, todo se vuelve relativo, incluyendo la propia ciencia. ¿Qué
sentido tiene buscar verdades que cambian según quién las piense? ¿Y qué
sentido tiene buscarlas con la razón si esta se reduce a conexiones casuales del
órgano gris de un mamífero, bastante mediocre por cierto? Quien esté
familiarizado con el “pensamiento débil” y la cultura postmoderna, sabrá a qué
me refiero.
Dos fueron las conclusiones
que yo extraje de la conferencia del profesor Contreras. Primera: los intelectuales cristianos no
hemos de tener miedo a la razón; es nuestra mejor aliada. Segunda: uno de nuestros mayores
retos en el siglo XXI consistirá en devolver al hombre la
confianza en la razón.
La Tribuna de Albacete (2/1/2013)