lunes, 7 de enero de 2013

Cristianismo y confianza en la razón

Uno de nuestros mayores retos en el siglo XXI 
consistirá en devolver al hombre la confianza en la razón 


¿Cómo murió Galileo? Si hiciésemos esta pregunta a los transeúntes de nuestras calles  la mayoría respondería que murió en la hoguera de la Inquisición italiana tras descubrir que la tierra giraba alrededor del sol, contradiciendo así la doctrina de la Iglesia. Es posible que los más eruditos recordaran, de paso, que por los mismos años los dominicos de Salamanca desaconsejaron el viaje de Colón, convencidos como estaban de que la tierra era plana.
Con estos ejemplos empezó su conferencia el Catedrático de Filosofía del Derecho en Sevilla Francisco José Contreras en el marco de Primeras Jornadas Universitas sobre “ciencia, razón y fe”.  Cualquier persona culta debiera saber, aclaró el ponente, que Galileo murió en su cama muchos años después de su enfrenamiento con un inquisidor rancio; por desgracia, también los había.  Que la tierra era redonda y giraba alrededor del sol ya lo habían dicho los griegos y lo había demostrado Copérnico un siglo antes que Galileo, sin que molestara en absoluto a las autoridades eclesiales. Los doctores de Salamanca, por su parte, se limitaron a advertir a Colón que había infraestimado el perímetro de la Tierra.  
En su conferencia, tan erudita como clara, el catedrático de Filosofía de Derecho de la Universidad de Sevilla trató de desmontar los prejuicios contra la Iglesia Católica acerca de la relación ciencia y fe. Empezó reivindicando las contribuciones de la Iglesia durante el Medioevo a la cultura y el progreso científico. En la alta Edad media, gracias a los copistas y traductores de los monasterios, se salvó el legado grecorromano. En la baja Edad Media, la Iglesia creó las primeras universidades, una institución desconocida en Atenas y Roma y que resultaría clave para el desarrollo cultural y científico. 
Se nos ha repetido hasta la saciedad que la ciencia fue concebida por el espíritu del Renacimiento y la Ilustración, una vez sepultadas las reminiscencias del cristianismo. Otro prejuicio. Durante la Edad Moderna la Iglesia aportó brillantes pensadores y sentó las vías que permitirían la aceleración del conocimiento. Rodney Stark ha investigado las creencias religiosas de los 52 grandes científicos del periodo 1543-1680. De ellos, sólo dos (Paracelso y Halley) se definieron como escépticos. Dieciocho pueden considerarse “cristianos convencionales”. Treinta y dos (más del 60%) se manifestaron “devotos”. Entre ellos se encuentran Copérnico y Galileo, además de quince eclesiásticos. Su creencia en un Dios que es la razón creadora (Logos) permitía intuir que el universo respondía a unas leyes naturales capaces de ser aprehendidas por la razón y formuladas en ecuaciones matemáticas. Fue el propio Galileo quien escribió: “Dios ha escrito el libro del mundo en caracteres matemáticos”.  Kepler, Pascal, Newton, todos ellos fervientes cristianos, apostaron por esta idea, que en aquel momento no pasaba de ser una intuición, … y ganaron.
Durante los siglos XIX se acelera el desarrollo de la ciencia, al tiempo que se magnifican sus aplicaciones técnicas. El sistema económico capitalista suministró los medios financieros que el proyecto necesitaba. Es en esta época cuando buena parte de los científicos repudia el complemento que suministraba la religión; a saber, la visión trascendente del ser humano. La pérdida tuvo, y seguirá teniendo, graves consecuencias. Faltando esa visión trascendente, la ciencia y la técnica pueden volverse contra el propio hombre, como trágicamente ha ilustrado la bomba atómica. Despreciando la existencia de esa verdad absoluta e inmutable que es Dios, todo se vuelve relativo, incluyendo la propia ciencia. ¿Qué sentido tiene buscar verdades que cambian según quién las piense? ¿Y qué sentido tiene buscarlas con la razón si esta se reduce a conexiones casuales del órgano gris de un mamífero, bastante mediocre por cierto? Quien esté familiarizado con el “pensamiento débil” y la cultura postmoderna, sabrá a qué me refiero.
Dos fueron las conclusiones que yo extraje de la conferencia del profesor Contreras.  Primera: los intelectuales cristianos no hemos de tener miedo a la razón; es nuestra mejor aliada. Segunda: uno de nuestros mayores retos en el siglo XXI consistirá en devolver al hombre la confianza en la razón.

La Tribuna de Albacete (2/1/2013)