jueves, 24 de mayo de 2012

¿Y si la inflación se comiera la deuda?

Cuando la inflación se deja suelta puede comerse la deuda, pero también la economía


Imagine que el Gobierno, a quien usted acaba de comprar un bono a 10 años, se compromete a devolverle 100 euros el año 2022 (cifra que incluye el principal y los intereses).  A los precios actuales, con ese dinero usted podría comprar 100 piruletas.  Pero si durante este tiempo los precios han subido un diez por cien cada año, cuando usted reciba los 100 euros sólo podrá comprar 38,5 piruletas. Casi dos tercios de la deuda se habrán evaporado a consecuencia de la inflación.  El Estado (deudor) experimentaría un gran alivio; usted (acreedor) una gran pena.
                La inflación ha sido históricamente el gran aliado de los gobiernos endeudados.  Un aliado tan dócil como agradecido.  Los gobernantes no deben enfrentarse a los parlamentarios y a la opinión pública con medidas tan impopulares como recortar gastos o aumentar impuestos.  Basta conseguir que el Banco Central colabore, directa o indirectamente, en la financiación del déficit y que eleve paulatinamente la tasa de inflación fijada como objetivo de la política monetaria. 
                Si así de sencillo es, ¿por qué no damos vía libre a la inflación para que se coma la deuda que tanto mal está haciendo a nuestra economía?  –Por los peligros e injusticias que encierra.  Diluir el problema de la deuda con inflación es tan peligroso como jugar con fuego.  Cuando los ciudadanos se percaten que el dinero que están atesorando es ficticio, empezarán a desconfiar de él, se precipitarán a cambiarlo por bienes o divisas fuertes y el precio de estos se disparará.  Esto es lo que pasó en la República de Weimar (1919-1933) que desembocó en el nazismo; de ahí la reticencia de los alemanes a todo lo que suene a inflación.  Esto es lo que ha pasado en la segunda mitad del siglo XX en varios países latinoamericanos cuyas monedas han acabado perdiendo toda credibilidad y soportar tipos de interés prohibitivos.  No hay que descartar que la inflación se dispare mañana en los Estados Unidos y en Gran Bretaña donde el ritmo de crecimiento de la masa monetaria ha sido muy superior al de la riqueza real.  Mientras los dólares y las libras sigan atesorados no hay peligro.  Pero ¿y si la gente empieza a desconfiar en su valor y tratan de desprenderse de ellos al precio que sea?
                Los efectos distributivos de la inflación tienen mucho de aleatorios y poco de justos.  La inflación beneficia a los deudores a costa de los acreedores.  Entre los acreedores de la deuda pública española se encuentran los grandes bancos alemanes y franceses, amén de los fondos norteamericanos.  Muchos verán con buenos ojos que estas instituciones asuman parte del coste de una crisis que ellos contribuyeron a crear.  Pero entre los acreedores también se encuentran millones de familias que invirtieron sus pequeños ahorros en deuda pública ya sea de forma directa, ya a través de fondos de inversión y planes de pensiones. 
                A decir verdad, los médicos que hoy recetan inflación están pensando en algo diferente.  Aplicarían la medicina en dosis menores y más localizadas.  Proponen, en concreto, que Alemania y otros países del norte de Europa con un superávit crónico en su balanza de pagos, eleven la tasa objetivo inflación del 2 al 4 por cien.  El diferencial inflacionista con los países del sur de Europa les permitiría a estos aumentar sus exportaciones, que son fuente de empleo, renta e impuestos.  Esto suena bien sobre el papel, ¿pero serán los efectos tan inmediatos y fuertes como pretenden?  ¿Y cómo reaccionará China?  Tal vez aprovechará el diferencial inflacionista para conquistar el único mercado que le falta, el de maquinaria de alta tecnología made in Germany.  Los médicos inflacionistas argumentarán que depreciación del euro podría paliar la pérdida de competitividad de Alemania frente al gigante asiático.  El problema es que los dirigentes chinos han aprendido a manipular el mercado de divisas y es difícil que acepten perder competitividad por esta vía.
                En resumen: cuando la inflación se deja suelta puede comerse la deuda, pero también la economía. 


La Tribuna de Albacete (23/05/2012)