miércoles, 2 de mayo de 2012

La trampa de la deuda

Se nota que has caído en una trampa de la deuda cuando cualquier medida que tomes te deja más atrapado


Una familia, una empresa, un gobierno o un país caen en la trampa de la deuda cuando necesitan endeudarse a un interés creciente para atender el servicio de la deuda.  Reducir el déficit primario (digamos pagar con impuestos el gasto público en bienes y servicios) no resulta fácil.  Pero aunque lo consigan, el déficit final y la deuda siguen al alza debido a los gastos financieros que crecen como una bola de nieve que se desliza por la ladera de una montaña.  La magnitud de la catástrofe dependerá del tamaño inicial de la bola (el cociente deuda / renta disponible) y de la pendiente de la ladera (la brecha entre el tipo de interés y la tasa de crecimiento de la economía). 
                La deuda acumulada por la economía española cuando estalla la crisis (2008) superaba los umbrales de la prudencia financiera (270% del PIB).  La puntilla fatal a economías fuertemente endeudadas ocurre cuando el tipo de interés rebasa la tasa de crecimiento.  Esto ocurrió ya en el año 2007 a consecuencia del endurecimiento de la política monetaria del BCE, temeroso de un repunte inflacionista.  En el 2009, tras el estallido de la crisis financiera, el BCE bajó el tipo oficial a mínimos históricos (1%), pero ya era demasiado tarde.  El tipo de mercado, donde se incorpora la prima de riesgo, no ha dejado de subir desde entonces.  Hoy llega al seis por ciento, en una economía en crisis donde la tasa de crecimiento es nula o negativa.   
Se nota que has caído en una trampa de la deuda cuando cualquier medida que tomes te deja más atrapado.  La mayoría de los gobiernos europeos están centrados en el proceso de consolidación fiscal exigido por la Unión Europa liderada por Alemania.  Por más que recorten el gasto público, el déficit y la deuda soberana no cesan de aumentar ya que los impuestos caen todavía más a consecuencia de la crisis económica.  A la vista de esta evolución los fondos de pensiones y otros grandes inversores internacionales (que no otra cosa son los temibles “mercados”) elevan la prima de riesgo y exigen a los gobiernos un tipo de interés creciente.  Si resultaba difícil devolver una montaña de deuda superior al 60% del PIB a un interés del 3%, ¿quién podrá conseguirlo a intereses superiores al 6%? Los últimos acontecimientos han dejado claro que las políticas generalizadas de austeridad nos hunden todavía más en la trampa de la deuda.  Si el gasto de todos los agentes es inferior a su renta anual, la demanda agregada, el empleo, la renta y los impuestos se hunden.
¿Qué hacer entonces?  ¿Olvidarse del origen del problema (la deuda) y elevar el gasto financiado con crédito fácil?  Esta es la política Keynesiana que tenía muchos seguidores cuando se pensaba que los gobiernos eran inmunes al castigo de los mercados financieros, es decir, que podían endeudarse sin límite a un interés mínimo.  Esta es la política que sigue recomendando el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, domingo tras domingo, desde su columna del New York Times haciendo caso omiso de los avisos lanzados por el mercado.  ¿Funcionaría?  ¿Por qué no le damos una oportunidad?
A decir verdad, la oportunidad ya la tuvo.  Tras el estallido de la crisis, todos los gobiernos practicaron políticas fiscales agresivas.  Los resultados fueron decepcionantes.  En España, el famoso plan E sólo consiguió doblar el peso de la deuda pública, creando una segunda bola de nieve que se añadía a la deuda privada. La política fiscal expansiva de Mr Obama tampoco ha conseguido reactivar de forma permanente la economía privada.  De lo único que se han librado los norteamericanos es de la presión sobre la prima de riesgo pues la deuda era comprada directamente por la Reserva Federal dando vueltas a la máquina de imprimir dinero.  Otra ventaja de los americanos es que siendo el dólar una divisa internacional, están libres (por el momento) de los problemas de inflación y depreciación.  La segunda lección que debiéramos haber aprendido en estos años de crisis es que el multiplicador del gasto público queda minimizado en una economía fuertemente endeudada, donde todos los agentes están obsesionados por amortizar deudas. 
Alguna solución habrá, pero no será fácil.  Yo no arrendaría las ganancias ni a los que apuestan por la consolidación fiscal ignorando el problema de la crisis, ni a los que defienden una política fiscal expansiva ignorando el problema de la deuda.  

La Tribuna de Albacete (2/05/2012)