“Dato mata relato”. Así reza uno de los
eslóganes políticos más repetidos en los últimos meses. Su aplicabilidad es muy
limitada, sin embargo, pues no tenemos un dato sino muchos datos ni un relato, relato,
sino muchos relatos. Lo único que estamos autorizados para escribir en singular
es la palabra “verdad”. Lamentablemente, hace tiempo que la Modernidad enterró
esa palabra como contraria al progreso. ¡Y así nos va!
Al margen de su ideología política, mis
lectores no tendrán dificultad para identificar los datos, los relatos y la
verdad en los tejemanejes de la actual política española. Por no aumentar su
hastío, yo proyectaré la trilogía anterior a un tema más popular y prosaico: el
fútbol. En el ejemplo que vamos a considerar hay dos datos incontestables: primero,
el balón entró en la portería del equipo anfitrión; segundo, el árbitro anuló
el gol del visitante porque el responsable del VAR insinuó “fuera de juego”. Como
es de esperar, el relato del equipo beneficiado por la anulación del gol, se
aferrará a la regla básica del fútbol: el árbitro tiene siempre la última
palabra. El relato del equipo visitante a quien anularon el gol cargará las
tintas en la imprecisión de las imágenes del VAR. Su último argumento será que el
árbitro estaba comprado o que les tenía una ojeriza manifiesta.
La verdad podría descubrirse tas un gesto
de sinceridad de cada uno de los agentes implicados. El responsable del VAR
sabe que él mismo ha trucado la inteligencia artificial para que adelante el
pie del jugador visitante preparado para rematar. El árbitro sabe que su
predilección por el equipo anfitrión le viene de cuna y que él venía
predispuesto a echarle una mano.
Todos debemos saber que si no
respetamos la verdad en el fútbol, en la política y en otros ámbitos de la vida
social todos saldremos perdiendo. Tanto el fútbol profesional como el estado de
derecho y la democracia perderían credibilidad, y nadie puede descartar que
acaben extinguiéndose.
La Tribuna de Albacete (1/12/2025)