Esta semana se cierra con dos buenas,
buenísimas noticias internacionales. El acuerdo de paz para la franja de Gaza y
la concesión del Premio Nobel de la Paz. El limitado espacio de esta columna me
obliga a centrarme en la segunda noticia, simple pero aleccionadora.
A las
cinco de la mañana, escondida en algún refugio de Venezuela, María Corina
Machado recibió una llamada del Secretario del Comité Noruego quien le comunicó
que había sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz 2025. La razón: “por
su incansable lucha por restaurar la democracia y los derechos humanos al
pueblo de Venezuela, y su compromiso por asegurar una transición justa y
pacífica entre la dictadura y la democracia”.
Embargada
por la emoción, Corina aclaró que el premio correspondía al pueblo venezolano que
había sufrido la tiranía del Chavismo y el hambre que obligó a ocho millones de
venezolanos a huir del paraíso socialista en busca de pan.
El
Premio será, sin duda, un espaldarazo para la resistencia venezolana y para
Trump, harto de los naco-estados. Corina se retiró a la sombra cuando Maduro se
autoproclamó ganador de los últimos comicios sin dignarse publicar las actas
que contradijeran lo que el 80% de los venezolanos dijeron con su voto y a pie
de urnas. Su retirada de la línea política, era posiblemente la única manera de
evitar un baño de sangre y de reforzar el apoyo de la comunidad internacional.
Las
reacciones a la concesión del Nóbel han puesto en su sitio a las fuerzas
políticas internacionales. En contra de Corina Machado ha vociferado lo que
queda del comunismo clásico (Cuba y Corea del Norte), los narco-estados latinoamericanos
y los partidos políticos europeos encandilados por lo que Hugo Chávez bautizó
como “socialismo siglo XXI”. Tanto las proclamas de los fundadores de Podemos
(Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias) como el silencio del Gobierno español y
el PSOE aclaran dónde está su corazón.
La Tribuna de Albacete (13/10/2025)