El pasado lunes, Trump y Netanyahu propusieron
un acuerdo de paz para Gaza que implicaba el abandono de las armas, tanto por
el ejército Israelí como por Hamás. ¡Demasiado tarde! Los pro-palestinos europeos
ya habían enviado una “flotilla” que cruzaría el Mediterráneo para dejar en
evidencia el genocidio israelí.
A lo largo de la semana, y sin saber
muy bien el porqué, el navegador de mi ordenador empezó a llenarse de la
“canción protesta” que siguió a Mayo-68. ¿Habrá alguna relación entre estos dos
acontecimientos?, me pregunté.
Los revolucionarios instalados en la
proa de la flotilla parecían vociferar la canción de Raimon “Al vent, la cara
al vent … el cor al vent”. Lluis Llach les recordaba que “L’Estaca” de los dictadores
no resistiría la presión popular. El mensaje de Paco Ibáñez era más épico, si
cabe: “A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar”. Joan Baez transmitía
firmeza: “No, no, no nos moverán”. Los fans de Elsa Baeza, mezclaban el credo
marxista con el cristiano. “Creo en Dios,
creador de los maravillosos bosques hoy mutilados por el hacha criminal, Creo
en Jesucristo proletario…”.
Sorprende
el legado cultural de aquellos cantantes y su capacidad para movilizar a la
juventud de la época. Sin embargo, para llegar al fondo del asunto, habríamos
de responder varias preguntas: ¿Qué frutos cosecharon aquellas revoluciones
inspiradas en la lucha de clases y en un Dios revolucionario fabricado a la
medida de hombre? ¿Qué fue de aquellos artistas a medida que acumularon años y
dinero? Aunque los tripulantes de la Flotilla no les llegan a la suela de los
zapatos, ¿tienen los mismos ideales? ¿Pretenden, acaso, volver a la época
gloriosa de los setenta cuando la política se hacía en las calles y mares?
¡Revoluciones de terciopelo este es el
elemento común!
La Tribuna de Albacete (06/10/2025)