domingo, 26 de octubre de 2025

Huelgas preconstitucionales

 

Los que vivimos la transición política en la universidad sabemos lo difícil que fue hasta que la Constitución de 1978 iluminó el panorama. El un curso fue imposible disfrutar de cinco días seguidos de clase. Los estudiantes pensaban que les correspondía a ellos solucionar todos los problemas de la humanidad con la misma receta: huelgas. Los profesores (en particular, los “penenes”) se instalaron en la huelga permanente. Sabían que, siendo ilegal cualquier huelga, nadie se atrevería a reducirles el sueldo.  

La Constitución de 1978 reconoció el derecho de huelga y la hizo suficientemente gravosa para asegurar su seriedad. Cada hora no trabajada descontaba. ¡Sorpresa!, se acabó la epidemia de huelgas. Los problemas siguieron, por supuesto, pero la mayoría de la gente comprendió que habían de resolverse siguiendo los cauces del Estado democrático de Derecho.

En el inicio del curso actual tuve la impresión de que volvíamos al régimen preconstitucional. En septiembre, un puñado de extremistas, que no representaban para nada a la sociedad española (mucho menos a la palestina), se amotinaron para reventar la Vuelta ciclista. En octubre, los sindicatos convocaron paros de baja intensidad que se convertirían en huelgas generales si lograban implicar al transporte.  El comunicado sindical rezaba: “buscamos una redistribución del gasto público en favor de los trabajadores y de las trabajadoras, y luchamos contra el auge de la inversión pública en partidas destinadas a la defensa y a la militarización”. ¿Alguno de los que se cruzaron de brazos sabría interpretar esta frase? ¿Alguno de los huelguistas asumió la reducción del sueldo por las horas no trabajadas?

Me desvelé. Era como si volviéramos a los años preconstitucionales, donde no había un estado democrático de derecho, ni democracia, ni nadie asumía responsabilidad personal del deterioro de la convivencia social.  

La Tribuna de Albacete (27/10/225)

domingo, 19 de octubre de 2025

El aborto, arma arrojadiza recurrente

 

El aborto ha vuelto a hacer acto de presencia en la política española. No vayan ustedes a creer que es para repensar con criterios científicos cuándo comienza la vida humana. Sería una pregunta incómoda. Tampoco para ampliar el espectro de causas que justifican la aniquilación de un embrión humano. Ya están todas las imaginables. Ni para alargar el plazo del aborto que, prácticamente, ha llegado al fin del embarazo. Que nadie se rasgue las vestiduras si algún día se admite el aborto tras el nacimiento, solo porque se han percatado que el niño tiene alguna deficiencia oculta o que ellos son incapaces de soportar los problemas de crianza. No hablo por habar. Recuerdo haber comentado en esta misma Tribuna, veinte años ha, la propuesta de un partido holandés en este sentido. Lo que más me molestó del caso fue que esperarían lanzar la propuesta durante la nueva campaña electoral a fin de que tuviera más gancho.

La reapertura del tema del aborto huele a elecciones. Hay que colgarse la medalla de ser el segundo país que, además de despenalizar el aborto, lo incluye en la categoría de los derechos fundamentales recogidos en la Constitución. Francia fue el primer país en hacerlo en 2023 alegando que había que defenderse de los provida. La España de Sánchez sería el segundo. ¡No sería esto suficiente para votarle a ojos cerrados!

Afortunadamente la Constitución Española, ya previó este tipo de tropelías. El art. 53-1 dice: “Los derechos y libertades reconocidos en el Capítulo segundo del presente Título vinculan a todos los poderes públicos. Solo por ley, que en todo caso deberá respetar su contenido esencial, podrá regular el ejercicio de tales derechos y libertades”. Podrá escribirse el derecho fundamental al aborto al lado del derecho fundamental a la vida. Ahora bien, hay mil maneras de respetar la libertad de la madre a olvidarse de su hijo (por ejemplo, darlo en adopción), pero no es posible abortar sin destruir la esencia del derecho del embrión a la vida.

 La Tribuna de Albacete (20/10/2025)



lunes, 13 de octubre de 2025

María Corina Machado, Premio Nobel de la Paz

 

Esta semana se cierra con dos buenas, buenísimas noticias internacionales. El acuerdo de paz para la franja de Gaza y la concesión del Premio Nobel de la Paz. El limitado espacio de esta columna me obliga a centrarme en la segunda noticia, simple pero aleccionadora.

              A las cinco de la mañana, escondida en algún refugio de Venezuela, María Corina Machado recibió una llamada del Secretario del Comité Noruego quien le comunicó que había sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz 2025. La razón: “por su incansable lucha por restaurar la democracia y los derechos humanos al pueblo de Venezuela, y su compromiso por asegurar una transición justa y pacífica entre la dictadura y la democracia”.

              Embargada por la emoción, Corina aclaró que el premio correspondía al pueblo venezolano que había sufrido la tiranía del Chavismo y el hambre que obligó a ocho millones de venezolanos a huir del paraíso socialista en busca de pan.   

              El Premio será, sin duda, un espaldarazo para la resistencia venezolana y para Trump, harto de los naco-estados. Corina se retiró a la sombra cuando Maduro se autoproclamó ganador de los últimos comicios sin dignarse publicar las actas que contradijeran lo que el 80% de los venezolanos dijeron con su voto y a pie de urnas. Su retirada de la línea política, era posiblemente la única manera de evitar un baño de sangre y de reforzar el apoyo de la comunidad internacional.

              Las reacciones a la concesión del Nóbel han puesto en su sitio a las fuerzas políticas internacionales. En contra de Corina Machado ha vociferado lo que queda del comunismo clásico (Cuba y Corea del Norte), los narco-estados latinoamericanos y los partidos políticos europeos encandilados por lo que Hugo Chávez bautizó como “socialismo siglo XXI”. Tanto las proclamas de los fundadores de Podemos (Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias) como el silencio del Gobierno español y el PSOE aclaran dónde está su corazón.

La Tribuna de Albacete (13/10/2025)

domingo, 5 de octubre de 2025

Flotillas y revoluciones de terciopelo

 

El pasado lunes, Trump y Netanyahu propusieron un acuerdo de paz para Gaza que implicaba el abandono de las armas, tanto por el ejército Israelí como por Hamás. ¡Demasiado tarde! Los pro-palestinos europeos ya habían enviado una “flotilla” que cruzaría el Mediterráneo para dejar en evidencia el genocidio israelí.

A lo largo de la semana, y sin saber muy bien el porqué, el navegador de mi ordenador empezó a llenarse de la “canción protesta” que siguió a Mayo-68. ¿Habrá alguna relación entre estos dos acontecimientos?, me pregunté.

Los revolucionarios instalados en la proa de la flotilla parecían vociferar la canción de Raimon “Al vent, la cara al vent … el cor al vent”. Lluis Llach les recordaba que “L’Estaca” de los dictadores no resistiría la presión popular. El mensaje de Paco Ibáñez era más épico, si cabe: “A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar”. Joan Baez transmitía firmeza: “No, no, no nos moverán”. Los fans de Elsa Baeza, mezclaban el credo marxista con el cristiano.  “Creo en Dios, creador de los maravillosos bosques hoy mutilados por el hacha criminal, Creo en Jesucristo proletario…”.

               Sorprende el legado cultural de aquellos cantantes y su capacidad para movilizar a la juventud de la época. Sin embargo, para llegar al fondo del asunto, habríamos de responder varias preguntas: ¿Qué frutos cosecharon aquellas revoluciones inspiradas en la lucha de clases y en un Dios revolucionario fabricado a la medida de hombre? ¿Qué fue de aquellos artistas a medida que acumularon años y dinero? Aunque los tripulantes de la Flotilla no les llegan a la suela de los zapatos, ¿tienen los mismos ideales? ¿Pretenden, acaso, volver a la época gloriosa de los setenta cuando la política se hacía en las calles y mares?

¡Revoluciones de terciopelo este es el elemento común!

La Tribuna de Albacete (06/10/2025)